sábado, 27 de junio de 2015

La ofrenda de la viuda

Es interesante, y en ello se hace hincapié, resaltar que las cosas grandes se componen de partes pequeñas; todas, sin excepción. Por ejemplo, los mares no serían mares sin las muchísimas pequeñas gotas que los forman...
Las montañas nos impresionan por su grandeza, pero estas mismas montañas no serían nada si no fuera por la combinación de peñas, rocas, piedras y aún más importante, los granos de arena, incluso el polvo de tierra que les da forma y sustancia y permite que la flora las adorne y embellezca.
El dicho, “Roma no se construyó en un día” nos indica esto también. Vemos que lo grande, lo importante y lo bello es el producto de la acción de muchos elementos pequeños. Esto es verdad especialmente, con respecto a lo espiritual.
El amor de la madre no se demuestra solo por el hecho de haber dado a luz a su hijo. Ese amor maternal tan loable es la suma de los sacrificios de cada día, de largos años de preocupación por el bienestar de su hijo, lo cual llega a ser obsesión en su vida. La madre no lo considera como un sacrificio, todo lo contrario, gozo y deseo en su existencia, el darse a sí misma hasta el último suspiro.
Durante la segunda guerra mundial, una parte de las fuerzas aliadas, compuestas de ingleses, franceses y norteamericanos, se encontró atrapada en la costa del Norte de Francia. Los nazis iban a echarla al mar. ¿Cómo salvar a esos soldados de la destrucción que les esperaba? No había barcos militares suficientes, listos para transportar a esos valientes que afrontaban la muerte a una distancia de solo unos treinta y cinco kilómetros.
En Inglaterra, el primer ministro hablando por radio, explicaba la situación al pueblo, suplicando a cada persona que tuviera barco, no importaba el tamaño, se lanzara al mar hacia la costa norte de Francia para rescatar a estos soldados.
Fue sorprendente el resultado. Millares de individuos en sus barcos, algunos, pocos de ellos, yates, pero la mayoría lanchas pequeñas y hasta embarcaciones de remo, se dirigieron a alta mar. Formaban una flota unida y potente porque tenían un solo fin y todos estaban consagrados a hacer lo que pudiesen con lo que tenían. Para muchos su única posesión era su lancha; con ella, todo lo que tenían para poder ayudar a los que necesitaban su servicio...
... La mayor parte de los soldados llegaron salvos y sanos a Inglaterra, gracias a tantos que ofrecieron lo poco que tenían. Mucho se puede conseguir, siempre y cuando uno esté dispuesto a ofrecer lo que tiene aunque le parezca poco.
Cristo también nos enseña esta lección por medio de una  experiencia suya (Marcos 12.41-44). Él estaba “sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas (moneda de poco valor), o sea un cuadrante. Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento.”
La parte del templo judío donde la gente iba para dar su ofrenda era un lugar amplio, y las cajas en que las echaban se encontraban alrededor del local, a la vista. Era costumbre ofrecer a Dios el diezmo, o sea la décima parte de las ganancias, de modo que los ricos ofrecían mucho. El dinero que se colectaba era para los sacerdotes (los de la tribu de Leví) y también para el mantenimiento del templo. Es sabido que algunos ofrecían hasta tres décimos de sus ganancias, pero aquí vemos a una pobre viuda que hizo más que todos los ricos, y Cristo explica por qué: “de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento”.
Cabe preguntarse, “¿Por qué lo hizo la viuda?”, “¿por qué no guardó esas dos monedas para comprar comida?” Sólo sabemos que con buena voluntad, la viuda “echó todo lo que tenía”.
Alguien podría decir, “La viuda no hizo mucho; echó solo dos monedas de muy poco valor”. Pero, Cristo corrige este pensamiento. Él nos aclara que la viuda era pobre y que lo que ofreció a Dios era lo que ella necesitaba, y por lo tanto, era mayor que todas las demás ofrendas.
Esta lección nos enseña que aunque demos poco, es de mucho valor a Dios. Dios sabrá multiplicarlo lo suficiente. Lo importante es que todos hagamos nuestra parte, aunque creamos que sea de poca importancia.
¿Qué hubiese pasado si todos los ingleses que tuvieron lanchas pequeñas, en el hecho antes referido, hubiesen decidido, por lo pequeño de su barca, no cooperar? Según la historia, la mayoría de los soldados rescatados se salvaron en barcas pequeñas, resaltando que si no hubiera sido por el esfuerzo de los que tenían “sólo una barca”, muchos habrían perdido la vida.
No sabemos quién era la viuda de la que hablaba Jesús, pero sí sabemos que Él reconoció en ella una dedicación única, digna de mencionarse en el texto sagrado para beneficio de todo creyente. Claro está que Dios se interesa por los motivos del individuo y por su deseo de cumplir voluntariamente con lo que Él manda.
Seamos como los de las iglesias de Macedonia, quienes “a sí mismos se dieron primeramente al Señor” (2 Corintios 8.5), para que tengamos la misma motivación y voluntad de la viuda pobre.

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