Usted se puede preguntar por qué parece que a sus oraciones les falta algo ¿Algunas veces se pregunta si al orar está haciendo algo mal?
La oración es uno de los privilegios más maravillosos que Dios nos ha dado, pero no siempre pensamos que es así. Aunque siempre tenemos la oportunidad de acercarnos confiadamente al trono de la gracia, y ser escuchados de inmediato por el Padre celestial, a veces nos preguntamos si nuestro tiempo delante de Él, de verdad importa. Sí, somos rápidos para buscar a Dios cuando el sufrimiento o los problemas llaman a nuestra puerta, pero en realidad, ¿para qué más es la oración?
La prioridad de la oración.
Dios nos creó para relacionarnos con Él, y la oración es parte vital de nuestra interacción con el Señor. Piense en la relación con su mejor amigo. ¿Cómo se desarrolló esa amistad? Seguramente precisó que conversaran y pasaran tiempo juntos. Eso es exactamente lo que se necesita para cultivar una relación estrecha con el Señor. Sin la comunicación, Dios puede parecer un extraño. Él nos conoce por dentro y por fuera, pero a menos que hagamos de la oración una prioridad en nuestras vidas, no le conoceremos. Perder la oportunidad de conocer al Señor íntimamente, es una de las mayores desgracias en la vida del creyente.
¿Se da cuenta de que lo que Dios quiere es que la totalidad de su ser le pertenezca a Él, para comunicarse con usted, revelársele y mostrarle su amor? Todos sabemos que debemos amarlo, ¿pero ha pensado alguna vez en lo mucho que Él disfruta de su relación con usted? Al Señor le encanta pasar tiempo con usted. La vida cristiana no consiste solamente en cuánto sirve usted, con cuánta generosidad da, o en lo mucho que asiste a la iglesia. Lo realmente importante es pasar tiempo a solas con Él para experimentar su maravillosa presencia.
Como ejemplo, basta mirar a Jesús. Aunque era el inmaculado Hijo de Dios y Dios mismo, hizo de la oración su prioridad. Marcos 1.29-39 nos describe un día de su vida. Después de enseñar durante toda la mañana en la sinagoga, fue a casa de Pedro y sanó a su suegra. La noticia del milagro que hizo corrió rápidamente, y cuando llegó la noche toda la ciudad se agolpó a la puerta. Sin embargo, aun después de una noche muy atareada echando fuera demonios y sanando enfermos, Jesús se levantó temprano por la mañana, cuando todavía estaba oscuro, y se fue a un lugar apartado a orar. Pero sus discípulos lo encontraron pronto, y comenzó otro día de duro trabajo.
¿No se identifica usted con esta historia? Por nuestros agitados estilos de vida, uno de los problemas más grandes que tenemos, es apartar tiempo para la oración. Pero, a diferencia de Jesús, solemos poner excusas como "Me levanté tarde, y estoy demasiado cansado para orar. Tengo tanto que hacer, y no tengo tiempo.... Es inútil; cada vez que lo intento, alguien o algo me interrumpen". Pero Jesús no permitió que las exigencias de este mundo le impidieran pasar tiempo a solas, de forma habitual, con su Padre. El Señor “se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Lucas 5.16). De hecho, en una ocasión, cuando tuvo que tomar una decisión muy importante (la elección de sus doce discípulos), “pasó la noche orando a Dios” (Lucas 6.12,13). El tiempo con su Padre no era una cuestión baladí para Él, sino una necesidad absoluta que a veces requería un sacrificio.
Si Jesús consideraba esencial la oración, ¿no deberíamos hacerlo nosotros? Al igual que Cristo, necesitamos desarrollar la práctica de pasar prolongados períodos de tiempo a solas con el Señor. Y puesto que se trata de una conversación, para escuchar su voz hablando a nuestros corazones, debemos incluir en ella siempre a la Biblia. Por medio de la Palabra de Dios, el Espíritu Santo nos guía para que sepamos qué y cómo pedir. Al aclarar el Espíritu Santo el significado en sus páginas, aprendemos quién es Dios, sus caminos, y lo que Él ha prometido hacer. Y cuando abrimos nuestros corazones para escuchar su voz apacible y delicada, y alineamos nuestras vidas con la suya, nuestra fe crece. Pero,¡cuidado!...