lunes, 27 de abril de 2015

Un padre que corre


… el Hijo del Hombre vino a salvar lo que se había perdido (Lucas 19.10).
Todos los días, un padre estiraba su cuello para mirar a lo lejos esperando que su hijo volviera, pero todas las noches se iba a la cama decepcionado. Sin embargo, un día, apareció un puntito: una silueta solitaria se recortaba en el cielo rojizo. ¿Será mi hijo?, se preguntó. Luego, distinguió el andar conocido. ¡Sí, es él!

Cuando el hijo aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó (Lucas 15:20) . Sorprendería que el patriarca pudiera haber hecho algo considerado indigno en la cultura del Medio Oriente, pero sin pensarlo, este hombre corrió para recibir a su hijo. El padre rebosaba de gozo ante el regreso del muchacho.

Pero el hijo no merecía ese recibimiento. Tiempo atrás, le pidió a su padre que le diera su parte de la herencia y se fue de su casa; fue como si hubiese deseado que su padre muriera. No obstante, a pesar de todo lo que el joven le había hecho, seguía siendo su hijo (verso 24) .

Esta parábola me recuerda que Dios me acepta por su gracia, no por mis méritos. Me asegura que nunca me hundiré tanto como para que la gracia del Señor no pueda alcanzarme. Nuestro Padre celestial está esperando correr con los brazos abiertos hacia nosotros. 
Padre, estoy sumamente agradecido por todo lo que tu Hijo hizo por mí en la cruz. Te ofrezco un corazón que desea ser como Jesús. 

Merecemos castigo y recibimos perdón; merecemos la ira de Dios y recibimos su amor. 

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