“Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y El se acercará a vosotros”. (Santiago 4:7-8)
¿Cómo podemos resistir al diablo? Esa fue una pregunta de vital importancia para Jesucristo y sus apóstoles. Nuestro Señor tuvo que resistir al diablo repetidamente, y Él dijo en más de una ocasión: “¡Apártate de mí, Satanás!” Sus seguidores aprendieron eso de Él. Pablo trató de enseñar a sus compañeros a estar firmes en contra de las artimañas del diablo. Pedro los exhortaba: “resistidlo firmes en la fe”. Y Santiago, el hermano del Señor, dio a la iglesia este mandamiento con una promesa: “Resistid al diablo, y huirá de vosotros”.
Los escritores del Nuevo Testamento no dudaron de la existencia de Satanás, lo dieron por sentado. Cuando dijeron: “resistid al diablo”, estaban seguros de que los cristianos en cualquier parte, sabían lo que querían decir.
Muchos modernistas rehusan hablar acerca del diablo como si se tratara una superstición. Incluso para algunos que profesan la fe de Cristo, este es un asunto incierto. No están seguros de que exista un “maligno”, un enemigo personal de Dios y sus propósitos. Tratan de explicar la batalla espiritual descrita en el Nuevo Testamento, en términos psicológicos, como si el demonio fuera un “enemigo imaginario”. Para ellos, hablar en serio de resistir al diablo no tiene sentido ni interés.
Pero debemos tener presente que las negaciones de la existencia de Satanás y sus obras no están basadas en ninguna evidencia. Nada ha sido descubierto o demostrado que pueda refutar el testimonio del Nuevo Testamento. Creer en Satanás no es un hecho en contra de la ficción o el conocimiento moderno, contrario éste a la ignorancia antigua. Es un problema básico, especialmente cuando la Palabra de Dios nos revela el trabajo de Satanás y de su mundo.
La revelación de Dios en Cristo abrió un mundo nuevo, concienciado en esta teoría existencial en todos los que la recibieron. Cuando los cristianos creyeron la Palabra acerca del majestuoso gobierno de Dios por medio de Jesucristo, descubrieron también que otro reino se le oponía. El reino de las tinieblas fue tan real para ellos, como el reino de la luz, y la Palabra de Dios les abrió los ojos a una guerra que para las mentes incrédulas era invisible. Es posible que el escepticismo de hoy no provenga de nuevos tipos de aprendizajes, sino de la pérdida de vitalidad espiritual.
Tratemos de mirar la realidad del mal a través de las Palabras de Jesús y sus apóstoles. De acuerdo con ellos, Satanás, el tentador, el diablo, está sobre todo, contra Dios. Aunque es una criatura, ha desafiado la autoridad de Dios y ha establecido un reino sin ley. Su propósito es impedir el designio de Dios, abolir Su autoridad y, si fuera posible, tomar Su lugar. Se opone a los seres humanos y busca destruirlos porque ellos fueron hechos a la imagen de Dios. Su maldad es dirigida especialmente contra los cristianos porque ellos pertenecen a Dios y sirven a sus propósitos. Ellos amenazan su reino, por lo que su reacción es apartarlos de Dios, ya sea asustándolos o atrayéndolos a unirse a él en rebelión. Y cuanto un hombre o una mujer, un grupo o un ministerio, más se identifique con Jesucristo y se comprometa con sus propósitos, más intentarán oponérseles el diablo y sus emisarios.
Resistir al diablo significa resistir sus ataques; es rehusar sus propuestas. ¿Cómo pueden los creyentes hacer eso? Primero y fundamentalmente, escribe Santiago, tienen que acercarse a Dios. Los hijos de Dios deben acercarse a Él, moverse hacia Él y vivir en comunión con Él.
Cuando Santiago habla de resistir al diablo y acercarse a Dios, se refiere al orgullo y a la humildad. “Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros”. (Santiago 4:6-7)
El negarse orgullosamente a rendirse a Dios, hace al diablo lo que ya es de por sí. Un escritor famoso se imaginaba al diablo murmurando provocativamente: “es mejor reinar en el infierno que servir en el cielo”. Orgullo, para este caso, significa pretender vivir independientemente y no querer nada en absoluto del que nos hizo. Esto espiritualmente, significa pensar y querer actuar como si Dios no existiera, como si nosotros fuéramos Señores de nuestros propios derechos.
En cambio, la humildad es exactamente lo opuesto. Implica un sentido de gratitud por depender de Dios, un gozo por pertenecerle y la confianza de entregarse a su voluntad. Cada insinuación de humildad es un paso en dirección a Dios, lo que significa acercarnos a Él y abrirle nuestras vidas.
En nuestra relación con Dios a través de Cristo, confiando en Él, entregándonos a Él y aceptando Su gracia, encontramos la fortaleza que necesitamos en contra de los poderes del mal. Por esa razón, el apóstol Pablo exhorta a sus compañeros a “fortalecerse en el Señor y en el poder de Su fuerza”, y a “revestirse con toda la armadura de Dios para la batalla cristiana”. Aquí está la respuesta: cada vez que sea tentado a apartarse de Dios y a vanidosamente, seguir su propio camino, diríjase hacia El, llámelo en su ayuda y asegúrese con Su fortaleza. Esa es su primera línea de defensa. ¡Hágase fuerte en el Señor!
Uno de los principales objetivos de Satanás es intimidar a los hijos de Dios y asustarlos, para que no sean sus discípulos ni testifiquen. Algunas veces lo hace promoviendo la persecución hacia ellos. Así lo hizo con Jesús, con los cristianos del primer siglo y con los mártires de cada generación. El diablo nos amenaza con horrendas consecuencias si seguimos a Cristo. Pedro lo describe como “un león rugiente buscando a quien devorar”. Él sabe a qué le tenemos más miedo y sabe cómo manejar nuestros temores.
Pedro escribe: “resistidlo firmes en la fe”. Y Pablo nos exhorta a tomar el escudo de la fe para apagar los dardos de fuego del maligno. La fe es el antídoto para el temor.
En cierto sentido, el diablo es un alardeador y por supuesto, un engañador, un mentiroso. Trata de hacernos creer que es menos peligroso de lo que realmente es. Es como uno de esos peces de las profundidades marinas, que se inflan para atemorizar al enemigo engañándoles con su apariencia. Esos peces lucen como asesinos, pero en realidad son solo globos de aire. Igualmente, Satanás puede disfrazarse de un león rugiente; pero a causa de Cristo, es un encadenado. Nosotros somos más que vencedores por medio de Aquél que nos amó.