martes, 28 de octubre de 2014

Jesús, Dios hombre

Jesús asombró a los líderes religiosos de su época cuando habló de Dios como su Padre. En ese tiempo, los judíos no tenían generalmente, una comprensión adecuada del concepto de Dios como Padre en una forma personal. Por lo tanto, la declaración de Jesús de tal intimidad les ofendía. La paternidad implica origen. Cuando decimos que alguien es nuestro padre, lo reconocemos como el origen de quienes somos nosotros, sugiriendo que estamos hechos de “la misma madera”. Esto era lo que Jesús estaba manifestando cuando llamó a Dios su Padre. Los líderes religiosos no entendieron debidamente, su declaración y por eso lo persiguieron, porque la teología judía no tenía una imagen de la paternidad de Dios. Ellos sabían que Dios era santo, justo y misericordioso, y también lo veían como a un juez aterrador, un fuego consumidor, un Dios para ser temido. Pero no sabían o no lo veían como a un Padre.
Después de su declaración sin precedentes, de una intimidad con Dios, Jesús prosiguió comparando sus actividades y su autoridad con las de su Padre. Básicamente, eran las mismas. Jesús ejercía la misma autoridad que su Padre, particularmente en asuntos de vida y de juicio.
“Porque así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo le da vida a quienes a Él le place. Además, el Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha delegado en el Hijo (…) Ciertamente les aseguro que el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida. Ciertamente les aseguro que ya viene la hora, y ha llegado ya, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha concedido al Hijo el tener vida en sí mismo, y le ha dado autoridad para juzgar, puesto que es el Hijo del hombre” (Juan 5:21-22, 24-27)

Jesús declaró que Él tenía el poder de dar vida y el poder de ejercer juicio sobre los hombres, atributos que pertenecían solamente a Dios. Es significativo que Jesús se refiera a sí mismo como “el Hijo de Dios” en relación a su autoridad para dar vida, y como “el Hijo del Hombre” en relación a su autoridad para juzgar. Solo Dios puede dar la vida, y como el Hijo de Dios tiene la misma esencia, hecho de la misma “madera” que el Padre, Él también puede darla. Por otra parte, el único cualificado o “legítimo” sobre la Tierra, para emitir juicio sobre los hombres es el que es descendiente del hombre. Para poder la condición de cualificar, este descendiente no debe tener pecado, porque solamente aquel que no tiene pecado puede juzgar los pecados de otros.
Nadie excepto Jesús, ha reunido las condiciones para cualificar, pero Él las reunió todas perfectamente. Nacido de una mujer, nacido de una virgen, nacido en la línea ancestral de David, Jesús era un “Hijo del Hombre” porque era completamente humano. Él era, como dijo Pablo, el “segundo Adán”.  Pero, a diferencia del primer Adán, Jesús cumplió perfectamente el plan original de Dios. Hizo lo que Adán no pudo hacer, porque cumplió perfectamente la voluntad del Padre y fue hallado sin pecado; Jesús el Hijo del Hombre estaba cualificado para juzgar a la raza humana. Y Él emitió ese juicio en la cruz, donde tomó nuestro pecado y nuestra culpa sobre sí mismo, haciéndose pecador por nosotros (2 Corintios 5:21), y se sentenció a muerte. Después de juzgar nuestros pecados como el Hijo del Hombre, estaba capacitado, como Hijo de Dios, para darnos vida.
Todo lo que Jesús hizo en su ministerio terrenal, sanar a los enfermos, resucitar muertos, echar demonios, calmar tormentas, alimentar a multitudes con escasos puñados de comida, lo hizo bajo su autoridad como el Hijo del Hombre. Era necesario que Dios se hiciera hombre para darnos su amor y poder en la dimensión terrenal. Por diseño, Dios le dio la Tierra a la humanidad, y solo los humanos tenían jurisdicción “legítima” sobre ella. Por esa razón, cada vez que Dios quiere hacer algo en la Tierra busca obrar a través de agentes humanos. En Jesús, Él tuvo el hombre perfecto para iniciar su obra.
¿Qué significa esto para nosotros? Significa que aunque Jesús era el Hijo de Dios, como humano no tenía privilegios innatos sobre nosotros. Muchos tendemos a presuponer que, porque Él era Dios encarnado, estaba mejor pre­parado que nosotros. No es así. Jesús tenía el mismo equipamiento humano que nosotros. Tenía un cuerpo físico que se cansaba y sentía dolor. Necesita­ba descanso regular al igual que nosotros. Tenía hambre y precisaba comer, y tenía sed y necesitaba beber. Se enfrentó a las mismas tentaciones pero nunca cayó en pecado. Operaba bajo el poder del Espíritu Santo y luego nos dio el mismo Espíritu a nosotros. En todo lo que hizo, declaró su autoridad como Hijo del Hombre. Ya que nosotros estamos dotados de las mismas cosas, tenemos la misma autoridad sobre la Tierra. En Cristo tenemos autoridad sobre la Tierra porque somos humanos, como también Él lo fue.

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