“En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia” (1 Corintios 16:1).
Pablo aquí, nos da unas instrucciones genéricas inspiradas en cómo llevar a cabo una colecta para los necesitados. Esta ofrenda en concreto, no estaba destinada solo a los creyentes de Jerusalén, a la iglesia madre, como una manera práctica de mostrar su gratitud y los vínculos de amor que les unían con ella. Se ve que los judíos de Jerusalén eran muy pobres y recibían donaciones de parte de los judíos de otros países, lo cual no era menoscabo para ayudar a los verdaderos creyentes. Pablo, sabiendo que otros judíos recibían ayudas, está enseñando a los cristianos a cuidar de sus hermanos más pobres. Muchas iglesias recogían dinero para mandarlo a la iglesia de Jerusalén.
La recolección de la ofrenda no va precedida de una apelación emocionada para inducir a la gente a ser espléndida en su aportación. Al contrario, se lleva a cabo de una manera muy discreta. “Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas” (verso 2). Pablo no iba a recoger la colecta en persona. El dinero ya estaría listo para cuando viniera. Cada uno iba apartando cada semana según sus ingresos, lo cual es muy justo. Si el Señor prosperó mucho a una persona, debe dar más. La ofrenda es proporcional a los recursos de la persona. De esta manera no supone una carga adicional para los más pobres. Tampoco se recoge en un ambiente de emoción y presión, sino que cada uno, en la tranquilidad de su casa, decide delante de Dios lo que va a aportar. Así pues, cada semana se iba juntando más dinero, guardándolo, para la llegada de Pablo.