sábado, 4 de abril de 2015

Confesando a Cristo

A cualquiera, pues, que me confesare delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 10:32-33).
“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16).
Cuando pensamos en todo lo que nuestro Salvador ha hecho por nosotros, ¿cómo podemos avergonzarnos de ÉL?
No te dé temor hablar de Cristo.
Haz que brille en ti su luz,
Siempre a quien te redimió confiesa,
Todo se lo debes a Jesús.

El creyente agradecido debería confesar y reconocer gustosamente, que el Señor Jesucristo ha salvado su alma y que le ha restaurado. Debería admitir libremente que pertenece al Hijo de Dios, que lo amó y se dio a Sí Mismo por él  (Gálatas 2:20).

La palabra “confesar” significa “decir lo mismo, estar en armonía, hablar lo mismo que otro, estar de acuerdo con otra persona.” El creyente en Cristo ha de confesar al Señor Jesús con sus labios (Romanos 10:9-10) y debe así, estar de acuerdo verbal y públicamente con lo que Dios ha dicho en cuanto a Su Hijo (1 Juan 5:9-12).
Dios ha dicho, “Este es mi Hijo amado” (Mateo 17:5) y la persona que confiesa a Cristo está de acuerdo con esa declaración: “Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios” (1 Juan 4:15). Dios el Hijo, vino al mundo y se hizo hombre (Juan 1:14) para que Él pudiera morir por hombres pecadores (1 Timoteo 1:15), y el que confiesa a Cristo está de acuerdo con este asombroso hecho: “Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios” (1 Juan 4:2-3).
Confesar que Jesús es el Cristo, significa que una persona está de acuerdo en que Jesús es ciertamente el Mesías (Juan 1:41; 4:25-26, 42). Según el Antiguo Testamento, el Mesías es presentado como… 
1.      …el Dios-Hombre (Isaías 7:14)
2.      …el Dios fuerte (Isaías 9:6)
3.      …el Sustituto del pecador (Isaías cap.53)
4.      …el Rey eterno (Miqueas 5:2)
5.      …el Señor (Jehová), nuestra justicia (Jeremías 23:5-6)

Pero había un coste implícito en confesar que Jesús es el Mesías: “por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesaba que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga” (Juan 9:22). Por causa de esto, muchos fallaron en confesarlo abiertamente: “…pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga” (Juan 12:42).
La palabra que significa lo contrario de la palabra “confesar,” es la palabra “negar” (Juan 1:20, 1 Juan 2:22-23). Confesar es decir “SI”; negar es decir “NO.” En Lucas 22:57-60 Pedro debería haber dicho “SÍ, yo le conozco” (verso 57). “SÍ, yo soy uno de ellos” (v.58). “SÍ, yo estuve con ÉL” (vs.59-60). Pero Pedro negó a Cristo y no quiso reconocer que estaba relacionado con ÉL.
Cuando se le pregunta, “¿Es Jesús su Salvador y Señor?”, el creyente puede responder con certeza, “SÍ. Yo sé que soy de Él. Yo pertenezco al Hijo de Dios que me amó y se entregó a Sí Mismo por mí.” No temas afirmar públicamente que a Él perteneces. Durante las grandes persecuciones del segundo y tercer siglo, los creyentes que no negaban al Señor, aún arriesgando mucho sufrimiento, tortura y martirio, eran conocidos como “confesores.” Que nunca nos avergoncemos del Dios que no se avergonzó de morir por nosotros (2 Timoteo 1:8; Romanos 1:16; 1 Pedro 4:16).
“Díganlo los redimidos de Jehová” (Salmo 107:2). ¿Cómo podemos nosotros, los que hemos sido redimidos, no hablar con júbilo y satisfacción de nuestro Redentor? ÉL no se avergüenza de llamarnos Sus hermanos (Hebreos 2:11). No nos avergoncemos de llamarlo nuestro Dios y Salvador. Si le confesamos delante de los hombres, ÉL nos confesará delante de Su Padre que está en los cielos (Mateo 10:32). Al disfrutar yo de una relación salvadora con Cristo puedo decir a otros: “Quiero que sepas que soy de Jesucristo. ÉL es mi Salvador.” ÉL a Su vez dirá a Su Padre, “Esta persona me pertenece. Es mía.”  Por el contrario, si negamos a Cristo delante de los hombres, Él nos negará delante del Padre, “Esta persona no me pertenece. Nunca la he conocido.” ¡Qué triste!
De acuerdo con Lucas 12:8, si confesamos con gozo a Cristo delante de los hombres, Cristo nos confesará con alegría delante de los ángeles de Dios. Pero si nosotros le negamos delante de los hombres (v.9), ÉL nos negará delante de las huestes celestiales. Nótese la promesa de Cristo a los vencedores: “El que venciere será vestido con vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles” (Apocalipsis 3:5). La persona que realmente cree en Cristo “no será avergonzada” (Romanos 10:11).
¿Has confesado públicamente a Cristo y has reconocido que ÉL es tu Señor y Salvador? ¿Has compartido esto con tus amigos y familiares? ¿Saben ellos que eres un creyente en Cristo? ¿Y a las personas con las que trabajas o con las que vas al colegio? ¿Saben ellos de tu relación con Cristo y de lo que ÉL significa para ti? ¿Has confesado a Cristo en una iglesia que cree en la Biblia y que honra a Cristo? Esto se puede hacer durante la invitación del Pastor, o en el momento de las peticiones de oración, o cuando se dan los testimonios. Una confesión de fe clara y concisa también debe darse cuando uno es bautizado.
“No debemos avergonzarnos de hacer saber a todos los hombres que creemos en Cristo, que servimos a Cristo, que amamos a Cristo y que nos importa más la alabanza a Cristo que la gloria de los hombres. El deber de confesar a Cristo es obligación de todos los cristianos durante toda la edad de la iglesia. Nunca olvidemos eso. No es solo para los mártires, sino para todos los creyentes, cualquiera que sea la condición económica o social. No es solo para las grandes ocasiones, sino para el andar diario en un mundo malo. El hombre rico entre los ricos, el trabajador entre los trabajadores, el joven entre los jóvenes, el siervo entre los siervos—cada uno y todos, deben estar preparados para confesar a su Maestro, confesar que son verdaderos cristianos. No es necesario hacer sonar la trompeta. No se requiere una ruidosa algarabía. Solo es necesario usar las oportunidades diarias. Pero una cosa es cierta, que si un hombre ama a Jesús, no debe avergonzarse de hacérselo saber a los demás…Nos guste o no, sea fácil o difícil, nuestro camino es muy claro. Sea como sea, Cristo debe ser confesado.
Confesar a Cristo es como poner una etiqueta en un envase. La etiqueta confiesa el contenido (sean guisantes, judías, maíz o alguna sopa). El creyente puede “poner la etiqueta en el envase” al reconocer quién mora adentro: “Cristo vive en mí. ÉL es Aquel que me amó y se dio a Sí Mismo por mi” (Gálatas 2:20).
Finalmente, la confesión de nuestros labios tiene que estar en concordancia a la conducta de nuestra vida. En Tito 1:16 Pablo describe a un grupo de personas que profesan (confiesan) conocer a Dios. Pero, ¿le conocen realmente? Sus labios dicen, “Sí, conocemos a Dios.” Pero su vida dice, “No, no conocemos a Dios.” Su andar está en conflicto con su hablar y esto es una abominación ante el Señor. Esta gente nombra el nombre de Cristo pero no se separan de la iniquidad, dando así evidencia de que realmente no pertenecen a Dios (2 Timoteo 2:19). Aunque dicen conocer a Dios, ellos mienten y la verdad no está en ellos (1 Juan 2:3-4). Como creyentes en Cristo, seamos como Timoteo y hagamos una buena confesión ante todos los hombres (1 Timoteo 6:12). Que el mundo vea que el Cristo que mencionamos con nuestros labios, es el mismo Dios a quien servimos con nuestras vidas. No nos avergoncemos del evangelio y no seamos una vergüenza para Él.
Hace unos días, concretamente el 30.03.15, recibí el vídeo que os muestro a  continuación, de una persona que, en su día, fue verdaderamente impactante para mí, y que me hizo pensar en ese día…
… en ese día del juicio, ante el juez Dios Padre, con mi abogado defensor Jesucristo, respondiendo a las preguntas del juez, aunque Él de sobra sabe las respuestas.
¿Qué te puedo dedicar, Dios, si Tú nos ofreciste la Vida? ¿Cómo te puedo pagar a ti, Jesucristo, si tu sacrificio en la Cruz, ofrecido por tu Padre, nos dio lo más preciado a los que creemos en ti? ¿Qué te puedo dar? Solo se me ocurre lo único valioso que tengo: mi corazón. Haz con él según te plazca.
Esa persona, gracias, me recuerda que:
En todo tiempo ama el amigo y es como un hermano en tiempo de angustia. Proverbios 17.17
M.G.L.

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