sábado, 4 de abril de 2015

Amar al prójimo como a ti mismo

Aconteció en las Olimpiadas paralímpicas de Seattle.

Se encontraban diez competidores listos para salir, en la línea de partida de la carrera de los 100 metros lisos. Algunos de ellos eran "discapacitados" mentales y otros físicos. Suena el disparo de salida y comienzan a correr; no lo hacían de forma ordenada y respetando sus carriles como lo hacen los atletas profesionales, de hecho, si algo tenían en común con éstos era el gran entusiasmo que todos mostraban por llegar primeros a la meta... bueno no todos, todos menos un pequeño niño con problemas de motricidad en sus piernas. Éste tropezó en el asfalto a mitad de la carrera, cayó y comenzó a llorar sin consuelo, era un llanto de angustia... de impotencia. 


Los otros nueve que se habían adelantado al que hasta hacía unos segundos era un rival a vencer, cuando oyeron su llanto, miraron hacia atrás y comenzaron a detenerse. Después, uno a uno, se fueron dando la vuelta y se dirigieron hasta donde estaba el pequeño caído. Una joven con síndrome de Down, se sentó junto a él en el suelo, lo abrazó y le dijo: "¡no llores, estarás bien!", y le dio un beso. Con la ayuda de los otros nueve se levantó y llegaron todos juntos a la meta caminando cogidos de los brazos. Como no podía ser de otra manera, todo el estadio se puso en pie para aplaudirlos. Aunque ya pasaron algunos años de esto, las personas que estuvieron presentes recuerdan con emoción lo sucedido ese día en la pista de atletismo.

¿Te imaginas si los cristianos tuviéramos esta clase de amor, compasión y preocupación por los demás?

En los tiempos que vivimos, muchos de nosotros solo buscamos el bien personal. Y cuando vemos a un hermano o hermana caído en el suelo, sin fuerzas para levantarse, instintivamente lo primero que hacemos es comparar, criticar y luego nos alejamos sin darles un consejo, una palabra de aliento y menos aún, una simple oración de intercesión por sus vidas. 
Nos hemos vuelto muy apresurados en encontrar defectos en el otro y en correr hacia la meta intentando ser los únicos ganadores; muchos de nosotros, no todos, porque también hay creyentes que son verdaderos ejemplos a seguir, así como lo fueron estos pequeños de la historia.

Sería bueno que hoy mismo nos tomemos unos minutos para meditar en nuestras acciones. Seguro que podemos dar mucho más amor del que creemos. 
Cuando veas que alguien se cae, no sigas corriendo, date la vuelta y llega hasta él, abrázalo, aliéntalo, dale un beso, y ayúdalo a levantarse para que pueda llegar junto a ti a la meta.
Permitamos que el amor del Señor pueda ser derramado hacia otros, que llegue a cada corazón necesitado. Sirvamos a Dios de la forma que Él desea que le sirvamos, brindando a los demás ese tipo de amor y compasión que mostraron esos pequeños niños "especiales".

 "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros". Juan 13:34-35 
 

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