martes, 3 de febrero de 2015

¿Qué aprendimos hoy? ¿Aprendimos a creer?, ¿o aprendimos a pensar?

Sin red protectora.
En las corporaciones planificamos o, mejor dicho, nos planifican nuestro futuro desde el momento en que despertamos hasta que nos retiramos a dormir, incluso mientras dormimos. Desde la marca de la pasta de dientes que compramos, hasta el producto para la disfunción eréctil que usaremos.
Pienso del elefante… el gentil gigante. Cuando el elefante arriba por vez primera al circo, debe ser “quebrantado” por sus entrenadores. Encadenado por sus patas, el pobre bebé elefante es sometido a un golpeo y una tortura rutinarios para quebrantar su espíritu. Este brutal método somete la voluntad del elefante a la de su entrenador. El proceso puede durar un mes o más, en el que el entrenador usará varas eléctricas, palos y cadenas para golpear y someter al elefante, aunque estos gentiles gigantes podrían liberarse fácilmente del cable o cadena que rodean y sujetan su pata al suelo… pero no lo hacen.
Los humanos no somos muy diferentes. Nos desanimamos pronto por las condiciones económicas, por limitaciones, por padres opuestos, presión del grupo, maestros y otros. Y luego la sociedad en general, y los medios quebrantan nuestros espíritus. 
Miremos a nuestro alrededor, y vemos que la mayoría somos tan sumisos como aquel elefante. ¿Por qué?, por la economía; casi todo en este mundo se basa en eso. Todo lo que hacemos, la gran mayoría, es obtener o crear nuevos empleos para cosas materiales. Creamos y vivimos en el miedo.
Los animales del circo están, la mayor parte de sus vidas, enjaulados en la parte trasera de los camiones, siendo transportados de espectáculo a espectáculo. Con poquísimo espacio, duermen, comen y defecan en el mismo habitáculo, confinados todos los días. Con poca estimulación mental o ejercicio físico, suelen enloquecer por aburrimiento y confinamiento. Y a menudo enferman por la falta de ejercicio, por estar aprisionados en una jaula metálica.
Pues los humanos somos similares. En cubículos; sintiendo como si también estuviésemos en jaulas metálicas. Enrejados en vicios y queriendo salir a los bares, o quedándonos en casa donde nos viene el aburrimiento. Demasiado cansados para ejercitarnos, pensamos. Y aprisionados en nuestros propios cuerpos, también enfermamos.
Frente a nosotros, observamos programas de televisión sin sentido, el opio de las masas; programas de actualidad diseñados para embobar a las masas, bueno, en realidad una distracción para olvidarnos de los asuntos reales. Estos programas nos hacen sentir, de alguna forma, un poco mejor. 
-¡Caramba! ¿Pueden ustedes creer que se comporten de esa manera? ¡Miren a esos tontos…!- 
Pero la realidad es que aquello que juzgamos exteriormente, es una proyección de lo que ocultamos sobre nuestro yo, por dentro.
A menudo nuestro gozo viene al comprar un artículo: una cura rápida. Los publicistas intentan hacernos sentir mejor al comprar un cierto producto, o convencernos de que les agradaremos más a los demás si lo hacemos. Pero poco después de la compra, la tristeza regresa, el vacío se instala. Intentamos llenar huecos con cosas externas, superficiales y materiales que nunca podrán llenarnos.
O pasamos una noche tomando un sinsentido de cerveza. Una noche divertida fuera del pueblo. Llegamos al club hermosos y al final de la noche muchos de nosotros estamos lejos de vernos hermosos. Escandalosos, borrachos, con todos nuestros problemas internos exhibidos al público.
Nuestra identidad no es la nuestra; es creada por las cuñas comerciales. Los publicistas nos venden una idea. Una de las ideas con que se nos alimenta fuertemente es las telecomunicaciones. Las empresas de comunicación son de muchas maneras, son los nuevos traficantes de drogas de nuestra juventud y sociedad. Lo que ha pasado es que, a través de la competencia, estas empresas son forzadas a bajar sus costos perdiendo también ingresos.
Los mensajes de texto se convirtieron en la nueva “droga” que sustituye la pérdida de valores. Nuevamente, aprovechándose de nuestra juventud y nuestra autoestima; las habilidades de comunicación han impactado negativamente en nosotros. Y esta generación de chicos que lo proclama es nuestro futuro. Algún día cuidarán de nosotros, serán nuestros futuros líderes. Nos convertimos en esclavos de los publicistas.
Pensemos en esto: ¿cuánto tiempo invertimos con nuestra cabeza metida en nuestro teléfono inteligente enviando tontos mensajes de texto? Alarmante, ¿no es cierto? ¿Valoramos tan poco nuestro tiempo personal? Los publicistas ganan; nos vencen con sus cuñas de felicidad. Nos enseñan cómo creer en la gran vida que tendremos enviando mensajes de texto día y noche. En cuánto tiempo ahorraremos y cuánto más podremos hacer. En un momento (no hace mucho), conversábamos con otros por los teléfonos, pero ahora raramente lo hacemos. ¿Por qué? En parte porque nos asusta hablar o involucrarnos con alguien en pensamiento y conversación. Es más seguro, parece; menos personal. Una vez más, esclavos como el elefante quebrantado.
Y hablamos de productos para la disfunción eréctil... ¿Qué triste, verdad? Triste que veamos tanto tiempo y tanto dinero gastados pensando en la vida privada de los hombres y lo que les funciona o no. De todos los problemas y asuntos en este mundo, aquí estamos más preocupados por nuestros genitales. ¿Qué nos está pasando?
Y llegamos al mercadeo. El poder corporativo y los publicistas nos dan un mensaje y nos lo venden con ganancia. Crean el mercado, inundan el mercado, le sacan provecho. Un concepto sencillo y sin embargo, poderoso.
¿Saben también quién tenía un mensaje? Adolfo Hitler. Suena a locura. Sin embargo, él también vendió un mensaje y la gente lo compró. Se aprovechó de sus debilidades, hambre, falta de empleo y desesperanza. En 1938, la revista estadounidense Time nombró a Adolfo Hitler “El Hombre del Año”.
La próxima vez que hagamos algo, preguntémonos por qué. ¿No creemos que será tiempo ya de que recobremos nuestro propio ADN? Reclamemos nuestra propia identidad. Viviendo como en un circo con otros diciéndonos qué debemos creer es una tontería. Es tiempo de aprender, de pensar, es tiempo de no estar amedrentados por evidencias que parecen reales pero que son falsas. Quitémonos el velo de la mala ilusión; vivamos la vida como debe ser vivida, como un gran artista, como un gran trapecista. En algún momento, podremos actuar sin una red y simplemente, confiar que nuestras propias habilidades y juicio nos serán más útiles que las grandes corporaciones.
Un tanto radical en su enfoque, pero este pensamiento no cesa de dejar en evidencia el problema de la sociedad occidental—y cada vez más del mundo en general—, un materialismo asfixiante que no solo nos roba nuestra identidad sino también socava nuestra autoestima de manera gradual. Porque el materialismo nos ata y nos hace pensar que solo valemos en base a lo que tenemos, y ya no se trata de tener fortunas enormes, sino algo más asequible a la población en general: un coche de cierta marca, un teléfono inteligente de última generación con el que simplemente, poder mantener una comunicación incesante, aunque con poca relevancia, con muchos conocidos y amigos al mismo tiempo.
El problema es que todo esto atenta, aunque de manera muy sutil, contra el plan de Dios para nosotros, en el que necesitamos rescatar nuestra personalidad, el diseño divino, de la estandarización a que somos sometidos por una cultura de consumo.
¿Por qué no aprovechar estos días para permitir al Espíritu Santo hablarnos a través de Su palabra, en medio de la adoración corporativa y rescatar nuestra individualidad para la gloria de Dios? Atrevámonos a buscar lo de Dios por encima de todo el bombardeo del mundo, y que el Señor haga brillar Su rostro sobre cada uno de nosotros.

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