¿Quién no ha deseado en su juventud, transformar el mundo? Es decir, mejorarlo, que sea más sociable, que respete el medio ambiente… Pero a menudo al hacer este tipo de comentarios, oímos respuestas como: ¡Empieza por mejorarte a ti mismo! Y es cierto, pero imposible de realizar. Desde hace miles de años la historia nos enseña que realmente, es imposible mejorar al hombre y a la sociedad al mismo tiempo. Aunque nos esforzamos por educar el corazón del hombre para dirigirlo mediante leyes muy bien pensadas, para retenerlo o cultivarlo, en el fondo éste nunca cambia. La Biblia nos recuerda: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jeremías 17:9). Al mismo tiempo, nos muestra de una manera simbólica, la incapacidad del hombre para transformarse a sí mismo: “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas?” (Jeremías 13:23).
¿Hay que desesperarse? No, el Dios de amor puede y quiere obrar para el bien de su criatura: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros” (Ezequiel 36:26). ¿Cómo puede suceder esto? Mediante la fe en Jesucristo: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Y efectivamente, todo cambia cuando lo que me hace actuar, mis intereses y mis objetivos pasan a ser los del nuevo hombre que fue creado en mí. El orgullo y el egoísmo que me gobernaban dan paso a la humildad y al deseo de servir a los demás. Para mí ya no cuenta el amor propio, sino el amor a Dios y al prójimo.
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