“¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!, más que la miel a mi boca.” Salmo 119:103
Había una vez un hombre que calumnió gravemente a un amigo suyo, por la envidia que tuvo al ver el éxito que había alcanzado.
Tiempo después, se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre muy sabio a quien le dijo: “Quiero arreglar todo el mal que causé a mi amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?” A lo que el hombre respondió: “Toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas, y suelta una en cualquier sitio que vayas”.
El hombre, muy contento por aquello tan fácil, tomó el saco lleno de plumas y al cabo de un día las había soltado todas. Volvió donde el sabio y le dijo: “Ya he terminado”, a lo que el sabio contestó: “Esa es la parte más fácil. Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas que soltaste. Sal a la calle y búscalas”.
El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba, y no pudo juntar casi ninguna. Al volver, el hombre sabio le dijo: “Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo el mal que hiciste voló de boca en boca y el daño ya está hecho. Lo único que puedes hacer es pedirle perdón a tu amigo, pues no hay forma de revertir lo que hiciste”.
Es probable que a usted le haya pasado algo similar en su vida; por lo general, abrimos la boca demasiado rápido para insultar y mostrar nuestro enojo, pero es penoso el trabajo de recoger lo que tiramos.
Dice un dicho “que tus palabras siempre sean dulces por si te las tienes que comer”. La palabra de Dios dice lo mismo: “Las palabras dulces son un panal de miel: endulzan el ánimo y dan nuevas fuerzas” Proverbios 16:24.
Sazonemos con miel nuestras palabras en todo instante, porque llegado el momento agradeceremos grandemente haber ejercido el dominio propio, la paciencia y la tolerancia con los demás.
Mateo 15:11 nos alerta sobre la contaminación que podemos causar con nuestras palabras: “no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre.”
Amado Padre, Tú eres amor y en ti hay abundancia de bondad, lléname de los dones de tu Santo Espíritu para que yo pueda hablar con dulzura, ser paciente y tolerante en todo tiempo y circunstancia, por Cristo Jesús. Amén.
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