Llegaron temprano a la playa y delimitaron su área de trabajo. Enseguida se pusieron a trabajar. Había niños de todas las edades construyendo castillos de arena, pero el de Kirby y Austin crecía rápido y se veía magnífico.
Kirby acabada de volcar el último molde de arena sobre la torre, cuando un niño que perseguía a otro, muy robusto, pasó corriendo. Justo cuando el niño grandote llegó al castillo lo saltó, pero el que le perseguía no tenía las piernas tan largas y derrumbó una parte grande. Y lo peor, ambos se rieron mientras se alejaban corriendo. Austin estaba atónito,... pero Kirby estaba furioso.
-¡No…No…No! -gritó-. ¿Por qué? Entonces tomó el cubo más grande y comenzó a derribar el castillo mientras gritaba. Echaba arena a todas partes, y en pocos segundos el precioso castillo ya no existió.
-¡Kirby! -le gritó Austin-. Lo podíamos haber arreglado. ¡Oh!, ¡vaya, qué mal!, y se alejó.
La mamá de Austin, que les había acompañado a la playa, se acercó y se juntó junto a Kirby.
-Kirby, le dijo, cuando permites que tu ira te indique qué debes hacer, nadie gana, y tú menos que nadie. Al final, fuiste tú con tu ira, quien destrozó el castillo, y no esos niños.
Cuando alguien te haga enfadar, cuenta hasta diez antes de actuar o hablar. Pídele a Dios que te ayude a no responder con ira, porque la ira en sí misma daña más que lo que la causó. Contrólala.
El que es iracundo provoca contiendas; el que es paciente las apacigua. Proverbios 15:18
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