“Mi corazón está dispuesto, oh Dios; Cantaré y entonaré salmos; esta es mi gloria”.
(Salmos 108:1)
Ahora mismo escucho la Sonata para piano número 1 en Fa menor, Opus 2 número 1 – I. Allegro, de Bethoven. ¡Qué maestría, qué deleite para el oído! Cada nota, cada acorde surge de los golpes que diminutos martillos ejecutan sobre cuerdas de acero en el interior del piano, conducidos por la voluntad y habilidad de un maestro que armoniosamente los concierta para dar el sonido adecuado. El arte más puro puede salir de esos golpes. ¡Qué curioso contraste entre la fuerza y la belleza! ¿Cómo es posible que esta última sea frecuentemente consecuencia de la primera? Tal convergencia me llena de admirable fascinación y me ilustra verdades más elevadas.
Sonría ante lo imposible como si hiciera una burla a lo quimérico; continúe a pesar del obstáculo; verbalice su dolor pero no viva para siempre con él; convierta los golpes en sinfonías con propósito y porque sí. Si usted no dirige su vida según los principios de Dios, cualquier otra cosa lo hará. Los justos cambian lágrimas en fuente, mientras atraviesan valles sombríos (Salmos 84:6). Es nuestra naturaleza, es lo que somos. No somos víctimas, estamos del lado del bando ganador.
Todos estos conceptos anteriores son resoluciones, ajustes de vida, enfoques para futuros mejores. Hay que resistir, y ser perseverante como la gota de agua que horada la roca. Nada puede quitarnos la voluntad, nuestras aspiraciones, nuestra fe, y debemos empezar por no sólo creerlo, sino también practicarlo. No es que las cosas vayan a mejorar, no tenemos certeza de ello, pero sí es cierto que no debemos ser los mismos.
El apóstol Pablo es un claro ejemplo de cómo cada golpe puede ser convertido en una pieza musical que glorifique a Dios. Él escribió: “Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos” (1 Corintios 4:11-13). Pablo sacaba de un golpe de maldición una nota hermosa de bendición. La difamación la convertía en oración. Se trata de este estilo de vida precisamente.
No puedo huir de este mundo, y cuando lo he intentado refugiándome en la soledad o el ostracismo, encuentro que me pierdo todo lo demás por escapar de unos pocos golpes de martillo. He descubierto que si quiero vivir plenamente, debo ser coherente con mi propósito en esta vida, con propósitos que ya Dios me ha dicho y que a veces me resultan lejanos e inalcanzables. Hoy sé, que si quiero vivir por lo que quiero, debo estar dispuesto también a sufrir; que no hay pena más grande que no intentarlo, que no hay miseria más honda que no ser uno mismo. Si el golpe ruin se asesta sobre mi espalda, lo devolveré con una melodía que desconcierte con su armónico oimiento. Ya lo he decidido, no hay vuelta atrás.
“Mi corazón está dispuesto, oh Dios; Cantaré y entonaré salmos; esta es mi gloria”
(Salmos 108:1)
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