Todos hemos cometidos pecados que nunca hemos confesado, pecados que nos avergüenza haber cometido, pecados que en ocasiones se vuelven una piedra en el zapato que no nos deja tranquilos, pecados que nos incomodan y que necesitamos confesar.
Y a veces, además de ocultar esos pecados a la gente que amamos o respetamos, también “los queremos ocultar a Dios”, es decir, que muchas veces ni siquiera hemos pedido perdón a Dios por lo que sabemos que no fue correcto.
Pensamos que Dios es como las personas; ilusamente creemos que si nadie se dio cuenta del pecado que cometimos, tampoco Dios lo tomará en cuenta. Creemos que con ocultárselo a la gente ya es bastante, que es la solución, y a veces, incluso ni siquiera sentimos la necesidad de pedir perdón a Dios por eso que hicimos.
¿Cuántos pecados no confesados tenemos en nuestra vida? ¿Cuántos pecados que nunca le hemos pedido perdón a Dios hemos cometido? ¿Cuántos pecados que ni siquiera hemos contado a Dios hemos realizado?
Cuando nosotros no confesamos los pecados a Dios, cuando se los “ocultamos” como solemos ocultárselos a la gente, lo único que hacemos es dañarnos a nosotros mismos, lo que hacemos es debilitarnos, porque un pecado no confesado en alguien que de verdad ama a Dios es un obstáculo para caminar, y el enemigo estará allí para acusarte cada vez más, para hacerte sentir indigno de Dios, un hipócrita, un caso perdido.
El rey David, aquel hombre conforme al corazón de Dios, también pasó por esta situación. David también quiso “ocultar a Dios” su pecado, creyó que mientras nadie se diera cuenta todo estaba bien y olvidó lo más importante, que es que Dios SIEMPRE ESTÁ AL TANTO DE TODO.
David escribió literalmente lo siguiente:
“Mientras no te confesé mi pecado,
las fuerzas se me fueron acabando
de tanto llorar.
Me castigabas día y noche,
y fui perdiendo fuerzas,
como una flor que se marchita
bajo el calor del sol.”Salmos 32:3-4 (Traducción en lenguaje actual)
Si realmente eres un nacido de nuevo, no negarás que los pecados no confesados incomodan, que no nos permiten crecer espiritualmente, no nos permiten avanzar. David describió lo que él sentía mientras calló su pecado.
Ahora bien, ¿qué ocurrió cuando David se decidió a confesar su pecado?:
“Pero te confesé mi pecado,
y no oculté mi maldad.
Me decidí a reconocer
que había sido rebelde contigo,
y tú, mi Dios, me perdonaste.”Salmos 32:5 (Traducción en lenguaje actual)
Confesar y reconocer nuestros pecados nos llevan a alcanzar EL PERDÓN DE DIOS. ¡Eso es lo bello de Él!, que siempre está dispuesto a perdonarnos cuando somos sinceros.
Pero a veces creemos que nuestro pecado es demasiado “grande” como para que Dios nos perdone, o bien consideramos que Dios ya está aburrido o cansado de perdonarnos siempre por lo mismo; por eso simplemente callamos u ocultamos nuestro pecado.
¿Y por qué “ocultas” tu pecado? ¿Por qué no se lo has confesado aún? ¿Qué es lo que te detiene para ser sincero delante de Dios? ¿Realmente quieres alcanzar su perdón? Si es así, es necesario CONFESAR y RECONOCER que pecaste y así mismo pedir PERDÓN a Dios, porque Él quiere perdonarte.
¡Sincérate delante de Dios!, deja a un lado todo prejuicio o vergüenza que te obstaculiza para confesar tu pecado, porque es necesario ser sincero delante de Dios y no callar, pues callar te llevará poco a poco al fracaso; en cambio, confesar y pedir perdón te llevará a alcanzar Su perdón y con ello a poder avanzar en la vida cristiana.
Hoy te invito a doblar tus rodillas delante del Señor, en el lugar que consideres más adecuado, y dejar a un lado toda vergüenza, confesar con tu boca tus pecados y con sinceridad de corazón pedir perdón por ellos, y entonces estoy seguro que sentirás el abrazo perdonador de Dios, sentirás cómo la confesión es alivio para tu espíritu, porque Dios quiere de sus hijos sinceridad de corazón.
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