Seguro que en algún momento de tu vida cristiana te has sentido indigno de hacerte llamar hijo de Dios, por tus recurrentes errores o faltas, por algún área de tu vida que no has podido superar y que se ha convertido en un tormento, o porque crees que eres demasiado malo o mala como para hacerte llamar de esa forma.
No vamos a negar que todos quisiéramos hacer bien las cosas, no negaremos que la intención de agradar a Dios está en nosotros, pero por alguna razón nos cuesta un mundo llevar a cabo su voluntad o por lo menos dejar de fallarle.
Sabemos qué sentimiento nos embarga cuando hacemos algo que consideramos que no teníamos que hacer. Sabemos lo que se siente cuando prometemos a Dios no hacer eso otra vez y volverlo a hacer. Y sabemos lo que se siente cuando Dios, a pesar de nuestros continuos errores, sigue siendo Fiel a nosotros.
En más de una ocasión me he sentado en mi cama y he reflexionado sobre ¿por qué actuamos de esa forma?, ¿por qué hacemos cosas que no queremos hacer, pero terminamos haciéndolas?
En ocasiones me he encontrado llorando como un niño delante de Dios, pidiéndole perdón nuevamente por algo, que en más de una vez se lo he pedido. Y es que llegar delante de Dios después de fallarle en algo, que prometiste no volver a fallarle es duro, y de no estar preparado puede ser el inicio de una caída libre.
En esos momentos, cuando nuestras emociones se alborotan por el hecho de no haber hecho lo que Dios quiere que hagamos y en las que nos sentimos derrotados, sin fuerzas y quizá lo peor de todo, indignos de Él, es entonces cuando el enemigo quiere sacar ventaja.
Seguro que en esos momentos en los que sientes que no eres digno de seguir a Dios, ni mucho menos de llamarte su hijo, vienen una cantidad de pensamientos a tu mente tales como: “¡Que hipócrita eres!”, “¡Eres un caso perdido!”, “¿Otra vez?, ¡Dios ya está cansado de ti!”, “¡Eres un fracasado!”, “¡No tienes ni vergüenza de venir delante de Dios!”, “¡No mereces nada de lo que Dios te da!”, y muchísimas frases parecidas a estas que conllevan el fin de aumentar tu sentimiento de indignidad.
Debes entender que el enemigo de nuestras almas buscará la mínima oportunidad para minar tu mente, con un sinfín de pensamientos negativos que lo único que querrán hacer es alejarte más y más de Dios.
Lamentablemente, a veces creemos las frases mentirosas y con mala intención que el diablo envía a nuestra mente. A veces creemos cada cosa de él y la tomamos como si Dios mismo nos la estuviera diciendo.Ahora pregúntate: ¿Acaso Dios te trataría mal? ¿Acaso Dios te diría que eres un caso perdido? ¿Te diría que eres un hipócrita o un bueno para... nada? Eso sería lo contrario a lo que Dios es, la Biblia dice que Dios es AMOR, que fue tan grande su amor o que tanto nos amó que envió a su único Hijo a morir por nosotros.
¡Imagínate!, un Dios que es capaz de enviar a su único Hijo a morir por ti y por mí, un Dios QUE NOS AMA CON UN AMOR ETERNO como lo dice su Palabra.
Quizá estos días te hayas sentido indigno de ser su hijo o de seguirle, quizá tus acciones digan lo contrario de lo que tu corazón realmente siente, quizá seas una persona que está batallando con hábitos negativos que no agradan a Dios y al verte acorralado por dichos hábitos, sientas que no mereces más ser su hijo.
Pero no te corresponde a ti juzgar si mereces o no ser su hijo. La Biblia dice: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” Juan 1:11-12 (Reina-Valera 1960)
Dios te hizo su hijo porque un día creíste en Jesús, porque un día aceptaste el sacrificio que Él hizo por ti para perdón de tus pecados, porque un día reconociste tu necesidad de su perdón; por lo tanto tú eres hijo de Dios y eres tan preciado para Él, porque vales la sangre preciosa que Cristo derramó en la cruz del calvario por ti, por mí, por todos.
No merecíamos tanto amor, ni mucho menos un sacrificio tan grande, pero Dios de lo que no merecíamos lo hizo, y tuvo a bien hacerlo porque nos amaba, porque sabía que podíamos ser parte de su equipo, porque quería regalarnos vida eterna... porque somos como la niña de sus ojos.
Tú vales mucho. Dios te hizo digno de la vida eterna, no por algo que hicieras sino por lo que Cristo hizo por ti, no porque lo merecieras sino porque Dios tuvo a bien hacerlo; eso se llama GRACIA, un regalo inmerecido. Merecías la muerte, y Dios te dio vida; eso se llama MISERICORDIA, lo contrario a lo que mereces.
No permitas que el diablo saque ventaja, no prestes tus oídos para que te traiga de su basura, al contrario, no escuches lo que te diga e inténtalo nuevamente.
El reino de los cielos está lleno de valientes, de personas que no se rindieron ante sus debilidades y defectos, sino que fueron firmes en seguir luchando hasta llegar a ser conforme al corazón de Dios.
Puede que en el camino haya muchos baches, habrá momentos de derrota y frustraciones, quizá el enemigo te enviará cientos o miles de pensamientos negativos para desanimarte, pero tu virtud estará en no hacer caso a sus ideas y dirigir tu mirada al único que te conoce y cree en ti, esto es: a Cristo Jesús, Señor nuestro.
Dios jamás te acusará, al contrario, te animará, jamás te dejará de amar, porque su amor hacia tu vida es eterno. Por tal razón, una de las formas de retribuir ese amor incomparable es NO RINDIÉNDOTE, intentándolo cuantas veces sea posible, apegándote a Él y permitiendo que con su ayuda, puedas salir adelante de toda situación que creas invencible.
Hoy Dios quiere recordarte lo preciado que eres para Él, lo mucho que te ama y lo mucho que anhela verte luchando; no te rindas, por lo que más quieras. ¡No te rindas!, tú vales mucho, y este momento de sentimientos encontrados pasará, pronto verás cómo Dios terminará la obra que ha comenzado en ti, estás en proceso de construcción, Dios trabaja en ti, pero aún no ha terminado, ¡no te rindas!
¡Vamos! ¡Levántate una vez más!, lo que Cristo hizo por ti es suficiente motivación como para no dejarte vencer, es suficiente motivación como para decirle al enemigo en su cara: “¡No me daré por vencido!”
El enemigo sólo quiere verte vencido para reírse en tu cara, pero Dios, con ojos de amor, lo único que quiere es verte en victoria, por lo tanto: ¡No te rindas! ¡Eres tan valioso para Él porque vales la sangre su Hijo unigénito!
No sigas creyendo que no eres digno, porque sí lo eres, porque Dios así lo quiso y porque un día estarás con Él por toda la eternidad, no por algo que hiciste o mereciste, sino porque Dios te amó tanto que así lo decidió; por lo tanto, ¡pelea y no te des por vencido!
¡Demuéstrale, no dándote por vencido, que eres digno de Él!
“Con este fin oramos siempre por ustedes, pidiendo a nuestro Dios que los haga dignos del llamamiento que les hizo, y que cumpla por su poder todos los buenos deseos de ustedes y los trabajos que realizan movidos por su fe. De esta manera, el nombre de nuestro Señor Jesús será honrado por causa de ustedes, y él los honrará conforme a la bondad de nuestro Dios y del Señor Jesucristo”. 2 Tesalonicenses 1:11-12 (Dios Habla Hoy).
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