En el día de ayer tuve sentado en mi oficina a un hombre de mi edad. Debido a que he vivido toda la vida en el mismo lugar y mi ciudad es pequeña, conozco su trayectoria. Nacido en una familia de la realeza, su nombre tiene abolengo, un joven ganador, casado con una joven de la misma estirpe, profesional exitoso, de una posición económica envidiable. Miembro de los clubes de élite de mi ciudad, si había alguien a quien envidiar era a él. Sin embargo, la persona que tengo delante está quebrada interiormente. Hay algo que le deterioró completamente, aparenta por lo menos 20 años más que los que tiene y está en un profundo pozo depresivo. Mediante diversos contactos mutuos ha venido a ver si le puedo ayudar, y por supuesto que puedo: conozco a Cristo. Antes de que yo arranque, me aclara: soy agnóstico.
Le miro y le digo: No hay problema, pero para ayudarte vas a tener que "arriesgarte" a realizar un “Experimento Espiritual”. Le explico en qué consistiría, y ese hombre me dice: Lo voy a pensar y te contesto. Y se fue….
Jesús contestaba a sus detractores, que habían observado que sus enseñanzas eran por lo menos inusitadas; sienten, según ellos, una renovación cuando menos ¿¿poco ortodoxa??, en la que no se hacía más de lo mismo, sino que se había recibido algo nuevo; les contestaba que no se debe amalgamar lo nuevo con lo viejo porque se haría un desastre. Lo nuevo tiene que entenderse a la luz de lo nuevo, y para recibir lo nuevo hay que olvidar lo viejo.
Mientras tengamos aversión a lo nuevo no podremos entrar en ello. Tiene que haber cierta inquietud en nuestra vida. Dios remueve nuestra comodidad para prepararnos a recibir lo nuevo. No basta que digas: quiero lo nuevo, no, primero tengo que haberme hartado de lo viejo.
Eso es lo que refleja Éxodo 5: aunque el pueblo clamaba por liberación, cuando la opresión aumentó, ellos, a causa de la respuesta de Dios a su clamor, quisieron seguir en lo viejo. No fueron a Moisés a decirle: ¡Moisés, cuándo nos vamos! No, ellos querían lo viejo, querían ser libres sin aborrecer lo viejo. Y Dios les va a llevar, entonces, a aborrecer su antigua condición para que puedan amar lo nuevo de Dios para ellos.
Mientras no muramos, mientras no renunciemos a lo viejo, no podremos entrar en lo nuevo. Bien distinta hubiera sido la historia si los israelitas hubieran ido a Faraón y le hubieran dicho que querían ir a servir a Dios al desierto. El proceso de liberación se hubiera acortado y el sufrimiento se hubiera hecho corto, puesto que el odre hubiera estado preparado para lo nuevo.
Desde luego, mi amigo de ayer todavía no está tan desesperado, no es que no esté bien, que no lo está, sino que todavía no quiere ni puede recibir lo nuevo. Para ello tendría que dejar su posición anti-Dios, tendría que “ser evangélico”, algo impensable para el jet-set de mi ciudad, tendría que “exponerse”. Como Nahamán, lo que le planteo no cubre sus expectativas, todavía el sabor de lo viejo no le deja probar lo nuevo.
Personalmente, en estos días de reconexión estoy queriendo olvidarme de lo viejo, personalmente creo que lo viejo ha sido tan lindo… pero quiero de lo nuevo, y para recibir lo nuevo tengo que ser un odre nuevo. Sé que me escandalizará, me molestará, me incomodará, pero sólo lo podré resistir si realmente me convenzo de ello.
Hoy oro para poder pagar el precio de lo nuevo. Si quiero vino nuevo debo ser un odre nuevo. Quiero darle una oportunidad a lo nuevo en mí y también a mi nuevo mundo. Amén.
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