Cercano
está el Señor a los quebrantados de corazón y salva a los contritos de espíritu. Salmo 34:18
La mañana siguiente al nacimiento de nuestro hijo Allen,
el médico se sentó cerca de mi cama y dijo: «Algo anda mal». Nuestro bebé, tan
perfecto exteriormente, tenía un defecto congénito y debía ser trasladado de
inmediato a un hospital a más de 1.000 kilómetros para ser operado de
urgencia.
Cuando el médico te dice que algo anda mal con tu
hijo, tu vida cambia. El temor te desmoraliza, te hace tambalear y te hace buscar desesperadamente la fortaleza de Dios para sostener a tu
niño.
¿Puede un Dios amoroso permitir esto?, te
preguntas. ¿Le importa mi bebé? ¿Dónde está Él? Aquella mañana, estos y otros
pensamientos sacudieron mi fe.
Pero cuando mi esposo se enteró de la noticia, me dijo:
«Julia, oremos». Me cogió la mano y dijo: «Padre, gracias por darnos a Allen. Es
tuyo, Dios, no nuestro. Tú lo amaste antes de que nosotros lo conociéramos.
Acompáñalo; nosotros no podemos. Amén».
José siempre ha sido un hombre de pocas palabras.
Lucha para expresar sus ideas y, a menudo, ni lo intenta, ya que sabe que yo
tengo suficientes palabras para llenar cualquier silencio. Sin embargo, el día
en que mi corazón se desgarró, mi espíritu se devastó y mi fe se fue, Dios le dio
a mi esposo la fuerza para decir lo que yo no podía. A través de él, sentí que
Dios estaba cerca.
Señor, que
tu Palabra me fortalezca hoy.
El mejor amigo es aquel que ora por ti.
El mejor amigo es aquel que ora por ti.
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