«Y al que puede fortaleceros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del ministerio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos». Romanos 16: 25

Éste fue un sacrificio voluntario. Jesús podía haber permanecido al lado del Padre. Podía haber conservado la gloria del cielo y el homenaje de los ángeles. Pero prefirió devolver el cetro a las manos del Padre y bajar del trono del universo, a fin de traer luz a los que estaban en tinieblas, y vida a los que perecían.
Hace casi dos mil años, se oyó en el cielo una voz que, partiendo del trono de Dios, decía: «He aquí, vengo», «sacrificio y ofrenda, no quisiste; mas me diste un cuerpo […]. He aquí, vengo, Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí» (Hebreos 10: 5-7). Con estas palabras, se anunció el cumplimiento del misterio que había estado oculto desde tiempos eternos. Cristo estaba por visitar nuestro mundo y encarnarse. Él dice: «Me diste un cuerpo». Si hubiera aparecido con la gloria que tenía con el Padre antes de que el mundo fuera, no podríamos haber soportado la luz de su presencia. A fin de que pudiésemos contemplarla y no ser destruidos, la manifestación de su gloria fue velada. Su divinidad fue cubierta de humanidad, la gloria invisible tomó forma humana visible.
Así Cristo levantó su tabernáculo en medio de nuestro campamento humano. Plantó su tienda al lado de la tienda de los seres humanos, a fin de morar entre nosotros y familiarizarnos con su vida.
Hace casi dos mil años, se oyó en el cielo una voz que, partiendo del trono de Dios, decía: «He aquí, vengo», «sacrificio y ofrenda, no quisiste; mas me diste un cuerpo […]. He aquí, vengo, Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí» (Hebreos 10: 5-7). Con estas palabras, se anunció el cumplimiento del misterio que había estado oculto desde tiempos eternos. Cristo estaba por visitar nuestro mundo y encarnarse. Él dice: «Me diste un cuerpo». Si hubiera aparecido con la gloria que tenía con el Padre antes de que el mundo fuera, no podríamos haber soportado la luz de su presencia. A fin de que pudiésemos contemplarla y no ser destruidos, la manifestación de su gloria fue velada. Su divinidad fue cubierta de humanidad, la gloria invisible tomó forma humana visible.
Así Cristo levantó su tabernáculo en medio de nuestro campamento humano. Plantó su tienda al lado de la tienda de los seres humanos, a fin de morar entre nosotros y familiarizarnos con su vida.
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