lunes, 16 de enero de 2017

La pesada cruz de mi pasado

“Las cosas pasadas se han cumplido, y ahora anuncio cosas nuevas; ¡las anuncio antes que sucedan!”
(Isaías 42:9 NVI)
Hace 14 años, recién casada y viviendo el tiempo que, supuestamente, debería ser la luna de miel en mi relación con el papá de mis hijas, experimenté en carne propia, lo que significa ser traicionada. Encontré en su billetera una carta en la que especificaba claramente y con todo lujo de detalles, las caricias, los besos y la profunda pasión que nacieron de un encuentro fortuito entre él y otra mujer.
Resultado de imagen de La pesada cruz de mi pasadoEntonces permití que mi corazón se llenara de odio y resentimiento. Lo maldije a él de todas las formas posibles, y para qué hablar de ella. Me convertí en una mujer despreciable que, sin ningún tipo de reparo, humilló y maltrató con palabras y acciones repulsivas, a alguien que también era una víctima como yo.
Durante 7 años y medio de infierno, 3 infidelidades más y un proceso doloroso que el Señor inició en mí, pude ver más allá de mis emociones y entender que en aquel entonces ninguno/a de los tres implicados conocíamos del Señor, y que las circunstancias y la manera inadecuada que tenemos las mujeres de resolver nuestros conflictos, habían propiciado que cargara la pesada cruz de haber hecho lo incorrecto delante de Dios.
Odiamos a las amantes de nuestros maridos, las insultamos y nos creemos con todo el derecho de hacerlo, como una salida al dolor recibido. Pensamos que actuando de esa manera somos unas triunfadoras, pero no es así; el vacío en nuestro interior, la baja autoestima a la que conlleva una infidelidad y el exceso de orgullo hacen de las suyas, destruyendo a su paso todo lo que se atraviese con tal de recuperar nuestra dignidad; hijos, esposo, matrimonio, familia y amigos, ninguno de ellos queda al margen, sino que son víctimas colaterales de un conflicto sin cuartel y sin propósito.
La palabra de Dios indica castigo para los adúlteros, pero no de nuestra mano sino por la voluntad de Él, quien ve todo desde la barrera, de manera objetiva y con un juicio equilibrado de las causas del resquebrajamiento de una relación. ¿Verdaderamente crees que es solo responsabilidad del hombre infiel el que tu matrimonio esté mal?… Cuando aparece la amenaza, nuestro impulso natural es el de contraatacar, usar las artimañas del mundo para hacerse escuchar, pero olvidamos que las armas correctas no son del mundo, sino que nos fueron dadas por Jesús a través de su ejemplo; amor, perdón, oración por nuestros enemigos, y paz y armonía en todo momento y todo lugar.
Nuestros esposos no están exentos a tentaciones, y desde que salen de nuestra casa están expuestos a los ataques de Satanás para hacerlos caer y fallar. ¿Lo cubres en oración? ¿Haces de tu hogar un lugar agradable de reposo o un campo de batalla sin cuartel? ¿Eres una mujer virtuosa o conflictiva permanente? ¿Cuidas de tu apariencia personal? ¿Cumples con tus deberes  conyugales, o afloran cada noche excusas como los niños, el día agotador de trabajo, el dolor de cabeza, etc., para no suplir sus necesidades físicas y emocionales en la intimidad? …Sí, ellos son culpables, pero nosotras también somos responsables ante Dios de la manera como protegemos nuestro hogar.
El pasado quedó atrás y cosas nuevas han llegado, y si definitivamente nos quedáramos anclados en una fecha y situación específica, sería imposible vivir con propósito. Enfrentarse a nuestros temores es necesario, más aún cuando se necesita dar la cara, pedir perdón y reconciliarte contigo misma.
Ahora retomemos mi cruz; jamás recuperé la paz en mi corazón. Perdoné a aquella mujer mientras Dios transformaba poco a poco mi corazón, pero me faltaba Su perdón para poder seguir mi camino tranquila.
Decidí volver al pasado para recoger la cruz que dejé atrás cuando no conocía al Señor, y traerla al hoy, en donde sé que Él está para ayudarme a cargarla.
Es triste saber que pudiste causar un daño irremediable en alguien, y mucho más triste no poder decir lo siento; pero más allá de eso, entender que aunque nos arrepintamos de corazón y seamos perdonados, jamás podremos borrar los hechos de los que hayamos sido protagonistas, ni mucho menos sus consecuencias.
Dios me dio la hermosa oportunidad de contactar con ella por las redes sociales, y hace unos días, frente a frente, le pedí que me perdonara. Nos abrazamos, lloramos juntas, hablamos de lo sucedido y hemos iniciado una bella amistad. La gloria es para Dios, que hace posible lo imposible y nos lleva a superar el agravio para perfeccionarse en nuestras debilidades. Me di cuenta que mi percepción de aquel entonces era equivocada, que al igual que yo, ella también ha vivido momentos difíciles de confrontación cara a cara con el Señor. No somos perfectas, somos seres humanos con defectos y con virtudes, cómplices en nuestras caídas, pero capaces de superar las más duras pruebas para salir victoriosas de la vergüenza y el oprobio que nuestros errores nos hacen sentir.
Amigas, nuestra lucha es espiritual. Satanás quiere destruir las familias que Dios ha bendecido. Conviértanse en guerreras de oración, reclamen lo que les pertenece, pídanle a Dios que las respalde y cambien lo que saben que deben cambiar. La más efectiva guerra espiritual radica en generar armonía, porque en donde hay disensiones, peleas y malas palabras no está Dios, y necesitamos de su fuerza y de su poder para dar gritos de júbilo y de victoria.
En el nombre de Jesús las bendigo y las acompaño en sus esfuerzos por recuperar el terreno perdido. Me incluyo como soldado de este ejército valioso de mujeres que desean tener la familia que Dios soñó para nosotras.

“Lo que yo hago, nadie puede desbaratarlo”.

(Isaías 43:13b NVI)

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