viernes, 27 de enero de 2017

El cristiano y el incrédulo

Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros. 1 Pedro 3:15
Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. 2 Timoteo 4:2
Es difícil hablar de Dios, pero lo más grave sería estar siempre callado. Empecemos sencillamente diciendo que somos cristianos. No huyamos del diálogo, incluso si el que nos interpela es agresivo, porque esta actitud puede deberse a un malestar interior. Si el diálogo se ha iniciado, sigamos contando con la ayuda de Dios.
Quizá se nos diga: «¡Ah!, qué raro es usted, es creyente!». Habría que saber responder de una forma que alcance a su corazón y convenza a su entendimiento… Pero si nos cuesta expresarnos, no dudemos en afirmar sencillamente, con nuestras propias palabras, por qué creemos. Hagámoslo de esta manera, y un día el Señor permitirá, por medio de nosotros o de otro, que una ayuda complementaria sea brindada a aquel a quien Él busca.
El incrédulo que me acusa quizá diga: «¡Su fe es absurda!». Entonces puedo responder tranquilamente: «¡No lo creo, en cambio estoy seguro de que el hecho de no creer en Dios es incoherente!». En efecto, ¿no es curioso decir que todo es azaroso, e incluso quizá proviene de la nada, y por otro lado reconocer que en la naturaleza existen leyes firmes, estables?

Evitemos discutir de una manera abstracta sobre Dios mismo… Él es demasiado grande como para que hablemos de Él incorrectamente. Es mejor presentar a Jesucristo. Él es el Salvador, el Enviado de Dios. Incluso si nuestras palabras son torpes, cuando pronunciamos su nombre el Evangelio es anunciado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario