Vino Jehová, se paró y llamó como las otras veces:
—¡Samuel, Samuel!
Entonces Samuel dijo:
—Habla, que tu siervo escucha. 1 Samuel 3;10
El joven Samuel, estando en el templo, puede que se
preguntara qué era lo que oía, mientras luchaba para despertarse tras escuchar
su nombre (1 Samuel 3:4). Se presentó tres veces ante Elí, el sumo sacerdote, el
cual, en la tercera oportunidad, se dio cuenta de que era el Señor quien lo
llamaba. En aquel entonces, era raro que el Señor hablara (verso 1), además, el pueblo no
estaba en sintonía con la voz de Dios. Aun así, Elí le indicó a Samuel cómo
contestar (verso 9).
El Señor habla mucho más ahora que en la época de
Samuel. Hebreos nos dice: «Dios, habiendo hablado muchas veces y en otro tiempo a los padres por los
profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo» (1:1-2). En Hechos
2, leemos de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés (versos 1-4), quien nos
guía en lo que Cristo enseñó (Juan 16:13). Pero necesitamos aprender a escuchar
su voz y a obedecer. Como con mi resfriado, quizá escuchemos como si
estuviésemos bajo el agua. Por eso, debemos corroborar con la Biblia y con otros
creyentes maduros sobre la guía de Dios. Al Señor le encanta hablarnos.
Señor, abre
mis ojos para verte; mis oídos para escucharte y mi boca para alabarte.
El Señor les
habla a sus hijos, pero necesitamos discernir su voz.
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