El único Dios, eterno, sabio y soberano; todopoderoso y creador de todas las cosas, cuyo trono está en los cielos, y los cielos de los cielos no lo pueden contener, ha querido revelarse a los hombres para darse a conocer.
Esta revelación la encontramos en 3 niveles:
I. El primer nivel de revelación es por medio de la creación.
“…Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras. En ellos puso tabernáculo para el sol…” Salmos 19:1-4
La naturaleza creada muestra de forma evidente la existencia de un creador todopoderoso digno de ser adorado.
“…Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa…” Romanos 1:18-20
II. El segundo nivel de revelación es por medio de Jesucristo.
Nuestro Dios no solo se da a conocer por medio de la creación, sino que Él mismo tomó forma humana para estar más cerca del hombre, y éste a su vez pueda acercarse a Él.
“…En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres…” Juan 1:1-4
“…Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad….” Juan 1:14
El eterno Dios se encarnó en Jesucristo, y caminó por esta tierra mostrando su amor y bondad.
“…Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?..” Juan 14:9
El Señor Jesús es aquél verbo del principio, es la Palabra viva, es el Dios encarnado.
“…Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos…” Hebreos 1:1-4
III. El tercer nivel de revelación es por medio del Espíritu.
El tercer nivel de revelación es más elevado, y lo hace el Espíritu Santo.
La tarea del Espíritu Santo es doble:
Primero, es hacernos comprender que Dios asumió forma humana en Jesucristo, con el propósito de rescatar al hombre de su estado de perdición a causa del pecado y producir convicción de pecador.
“…Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido…” Lucas 19:10
“…Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio…” Juan 16:8
Segundo, es mostrarnos que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, el Señor. Esta revelación del Espíritu Santo es la que recibió Pedro.
“…Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos…” Mateo 16:16-17
La misma revelación que recibieron los apóstoles, es la que hemos recibido nosotros, los que hemos reconocido que Jesús es el Señor.
“…Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo…” 1 Corintios 12:3
El Señor Jesucristo no quedó en la cruz ni en una tumba. Él fue levantado de entre los muertos, Él fue exaltado.
“…Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre…” Filipenses 2:5-11
Esta revelación del Señorío de Cristo es la más sublime, más profunda y más elevada de toda revelación.
- Esta es la revelación que recibió el etíope.
“…Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios…” Hechos 8:37b
- Esta es la revelación que trae salvación.
“…Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo…” Romanos 10:9
Esta revelación debemos recibirla, tenerla, entenderla, comprenderla, digerirla y vivirla para permanecer en Él.
Conclusión
Jesucristo, el Hijo de Dios, es Señor.
Hoy el concepto “Señor” se ha desvirtuado, y en el mundo a cualquiera le llaman señor, pero el concepto más elevado del término SEÑOR abarca tres conceptos que juntos forman el Señorío.
- Primero, para ser Señor hay que tener divinidad, es decir, tiene que ser Dios.
- Segundo, para ser Señor tiene que ser exaltado, es decir, debe vencer a la muerte.
- Tercero, debe ser soberano, es decir, debe tener propiedad y derecho sobre los hombres.
El único que reúne todos estos atributos, y es digno de ser llamado Señor es Jesucristo, porque Él es Dios, porque fue exaltado a lo sumo y porque tiene derecho sobre nosotros.
“…Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven…” Romanos 14:7-9
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