viernes, 22 de julio de 2016

Un rescate Inusual

JUAN 15:13 “Nadie tiene mayor amor que éste, que es el poner su vida por sus amigos.” 
rescate
En el hemisferio norte, al norte del ecuador, ésta es la época del año en que las personas se amontonan en playas y piscinas, y como consecuencia, también es la época en que los salvavidas grandes y musculosos practican sus rescates en playas y piscinas abarrotadas de gente.
Créase o no, el salvavidas de esta historia no es ni grande ni musculoso. El salvavidas de esta historia es la pequeña Marie Paule Thille, de Metz, Francia. Marie recibió una medalla de bronce por haber salvado una vida, realizando un “acto de coraje y de sacrificio peligroso”.
Lo que hace que ésta sea una historia inusual es que Marie tenía solo tres años, cuando salvó la vida de su desagradecido amiguito Denis de dos. No malinterpreten, no es que Denis no quiera estar vivo, sino que no le gustó la forma en que fue salvado. Pasó que cuando Denis se cayó en la piscina municipal, Marie lo agarró del cabello y le mantuvo la cabeza fuera del agua hasta que sus gritos pidiendo ayuda fueron contestados. Denis dijo:“Me dolió mucho”. Es de imaginar que es cierto.
En el caso de nuestro rescate espiritual, no fuimos nosotros, que estábamos siendo rescatados, los que sufrimos, sino que quien fue herido fue el Rescatador, nuestro Redentor, Cristo Jesús. Puñetazos, latigazos, una corona de espinas, clavos pesados, y una lanza romana, causaron sus heridas.
El Rescatador hizo un acto de sublime amor para salvarnos. Para evitarnos la muerte eterna, tuvo que dar Su propia vida. Ese acto de amor y sacrificio total nunca ha sido repetido, ni antes ni después de ÉL. A Jesús no le dieron ninguna medalla, ni ÉL nunca esperó, pidió, o hubiera usado ninguna. En vez de medallas y honores, que ÉL reciba un profundo agradecimiento que brota de los corazones de las personas por las cuales murió… como tú, y como yo.
Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. (Juan 3:16-17 DHH) 
Señor, Tú entregaste tu vida para rescatarme de la muerte y condenación eterna. Ayúdame a estar siempre agradecido y a amar a los demás como Tú me has amado. En tu nombre, amén.

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