sábado, 30 de julio de 2016

Alábalo

Cada día tenemos, hasta sin pedírselo, razones más que suficientes para que nos quejemos (yo al menos, no creo que sea pecado). El coche que se nos estropea, el jefe que no nos considera debidamente, en ciertos países hay razones más que suficientes para quejarse; pensando en el qué comeremos hoy, el salario que resulta escuálido, la esposa incomprensible, el amigo que no cumple sus promesas, en fin, que si pretendiéramos hacer un listado de aquellas cosas que nos agobian hasta el límite de la queja, podríamos escribir un libro.
¿Es malo que aquellos que han tenido un encuentro con Dios se quejen?
En el párrafo anterior ya comenté que no. Somos seres humanos, sujetos todos a necesidades y vivimos bajo el mismo cielo que los impíos.
De hecho las escrituras dejan por sentado, que en medio de nuestras aflicciones el Dios todopoderoso estará con nosotros. ¡Maravillosa promesa! Pero tendremos aflicciones, aunque muchos cristianos cuando predican lo hacen aseverando que aquellos que reciban a Jesús como Salvador serán librados de todos los males de este mundo.
Por esta razón, en muchas ocasiones predicamos un evangelio a la carta. Cada cual decide qué predicar y ése es el motivo por el que algunas personas se centran en diferentes temas que carecen de un mínimo sentido de la razonabilidad.
Unos predican que no tendremos problemas económicos, otros que tendremos garantizada la salud, que mejoraremos en todas las áreas de la vida. Dicho en otras palabras, un evangelio color de rosa. Esa y no otra, es la razón por la que muchos llamados “cristianos” viven quejándose, porque se centran en las vicisitudes de la vida y olvidan todos los beneficios que Dios, en su inmensa misericordia, nos regala cada día.
Cada día Dios nos depara nuevos y bellos regalos. Con todas las dificultades que existen, tenemos un techo donde pasar la noche, una cama donde descansar, el alimento que necesitamos, personas que nos aman, familias saludables, y otras cosas por las que estar agradecidos, gracias a su misericordia y su amor.
¿No encuentras motivos para alabar a Dios cada mañana? Céntrate entonces en lo que el Señor te da, esfuérzate por alcanzar tus metas, disfruta lo que tienes, y mira cada día al cielo y extiende tus manos en señal de agradecimiento; seamos agradecidos, entonemos alabanzas, elevemos acciones de gracia y hablemos a otros de su bondad.
“…Me gozaré y alegraré en tu misericordia, porque has visto mi aflicción; has conocido las angustias de mi alma” (Salmos 31:7)
La alabanza es mucho más que gritar gloria a Dios. Es reconocer que Dios no es un jefe que nos deja solos en nuestras batallas.

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