martes, 17 de mayo de 2016

Sordera voluntaria

“En ellos se cumple la profecía de Isaías: Por mucho que oigan, no entenderán; por mucho que vean, no percibirán. Porque el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible; se les han embotado los oídos, y se les han cerrado los ojos. De lo contrario, verían con los ojos, oirían con los oídos, entenderían con el corazón y se convertirían, y yo los sanaría.” (Mateo 13: 14-15 NVI)
sordera voluntariaEn un día poco soleado, me encontraba viajando rumbo a mi trabajo en un autobús de servicio público, algo apretada por la cantidad de gente que se hallaba junto a mí, cuando de repente, se subió un hombre con voz fuerte y tono retador, acompañado de un megáfono. Mi reacción inmediata fue de rechazo, había interrumpido mis perdidos pensamientos entre mis obligaciones, responsabilidades, cosas pendientes por hacer y afanes diarios. Me molestó su actitud de regaño al predicar la palabra de Dios, y no pude evitar pensar en que a "bibliazos" no iba a convertir a nadie esa mañana.
“Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia”. (Proverbios 3:5 NVI)
Luego el Espíritu Santo me confrontó; como si tuviera el poder de detener el tiempo, pude observar la gente a mi alrededor; unos charlaban, otros se burlaban, otros lo ignoraban, puedo contar con los dedos de mi mano derecha los que le escuchaban atentamente y les aseguro que yo no era uno de ellos.
Decidí cambiar mi actitud y escuché cada palabra que dijo. ¡No estaba equivocada!, el regaño era con argumentos, dijo que necesitábamos de Dios, que nuestra rebeldía y disposición a la maldad nos estaba condenando a una vida sin propósito, que las enfermedades, los terremotos y tantas calamidades que estábamos enfrentando alrededor del mundo, eran la consecuencia directa de nuestro caminar en contra de la voluntad del Señor.
En mi corazón había una mezcla de indignación, culpa y vergüenza, ya que mi hermano en la fe, hacía lo que a mí me daba oprobio hacer. Mientras él se esforzaba por honrar a Dios, yo me ocupaba de juzgarlo y acusarlo mentalmente.
Era evidente la indiferencia de la gente y su falta de interés en su salvación. Al invitarlos a hacer la oración de fe y recibir a Jesucristo como su Señor y salvador personal, nadie respondió al llamado desesperado de aquel señor, y al ver su decepción no dudé en apoyarlo haciendo la oración de corazón, pidiéndole perdón a Dios por negarlo con mi falta de disposición y escucha, cuando él hablaba cosas tan sencillas como éstas.
No quiero ser sorda a la voz de Dios, se nos ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos, nos ha prometido una vida en la abundancia; quiero ver y sentir su presencia cada segundo de mi día, quiero saber quién soy y para donde voy, dejar un legado de paz a mis hijas, no callar más sobre lo que el Señor ha hecho en mi vida, glorificarlo, honrarlo y exaltarlo en cada paso que dé, porque vale la pena apostar a una vida con Dios más que a una apartada de Él.

“Ya se acerca el fin de todas las cosas. Así que, para orar bien, manténganse sobrios y con la mente despejada”.

(1 Pedro 4:7 NVI)


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