Cuando miro las estrellas en el vasto firmamento, confirmo tu
existencia y con cuánto amor me has amado. Luego observo una luz muy brillante,
es la luna cambiando de forma y que cuando se llena, muestra esplendorosa los
matices que el gran Diseñador le dibujó. Me abruma ese cielo azul que adorna el
suelo donde pisa Dios; suelo que de día se vuelve muy claro, por las tardes
medio anaranjado y por las noches muy oscuro pero iluminado por toda clase de
astros brillantes y hermosos.
Todo cuanto hay en la creación me evoca y me hace pensar en mi
Supremo Creador. Porque Él hizo muchas cosas bellas para que nosotros, que somos
su máxima creación, las disfrutáramos junto con Él.
Al mirar al cielo, yo encuentro una comunión y una paz casi
inexplicable. Me pongo a meditar y a dialogar con mi Creador, y le pregunto por
qué me ama tanto. Siento que soy inmerecedor de tanta gracia y amor, y me
pregunto por qué Él es tan paciente y sublime conmigo.
Hizo magnifica la Creación, pero empleó más tiempo y todo su
corazón en crearnos a su imagen y semejanza. Bordó cada tejido y puso cada
célula nuestra. A la naturaleza le habló y fue hecha por su palabra, pero al
hombre Él mismo lo formó con sus manos amorosas. Organizó y dio buen
funcionamiento a cada parte de nuestro cuerpo. Nos puso sentidos para que
disfrutáramos y saboreáramos de todo lo bueno. Creó flores primorosas y las
vistió con sus mejores galas. Pero aún así, de mí tuvo más cuidado. En el
vientre de mi madre me fue formando y soy su estrella, su rosa, su tesoro y su
lucero. Él me hace sentir tan especialmente cuidado y amado, que no tengo
palabras para describir esta emoción que mi alma aclama.
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