lunes, 22 de febrero de 2016

Léeme abuelito, léeme

Sus ojos se humedecieron con lágrimas espontáneas, mientras Nicole subía a su regazo y se acomodaba contra su pecho. Su pelo acabado de lavar y secar, olía a limón. Palpó su mejilla suavemente, mientras ella descendía de nuevo. Con ojos claros de color azul verdoso, ella contempló su rostro con expectación, le acercó el raído y familiar libro de cuentos y dijo: “¡Léeme abuelito, léeme!”
“Abuelito” James ajustó cuidadosamente sus gafas, aclaró su garganta y comenzó a leer la acostumbrada historia. Nicole sabía las palabras de memoria, y con emoción “leía” al unísono. A cada rato él omitía una palabra, y ella delicadamente, le rectificaba. “No, abuelito, no es eso lo que dice. Intentémoslo de nuevo para que lo hagamos bien”.
Ella no tenía conocimiento de cómo su pureza de corazón enternecía el alma de su abuelo o cómo su simple confianza en él, lo conmovía.
La infancia de James había sido diferente, caracterizada por una violencia existencial, recrudecida por un padre distante y exigente. Desde sus cinco años, su padre le hacía trabajar los campos de sol a sol. Los recuerdos de su niñez, a veces se prolongaban para acarrear ira y dolor.
Esta primera nieta, sin embargo, trajo gozo y luz a su vida en tal magnitud que desplazó su propia infancia. Él gozo que le daba, retribuyó su amor y fe con gentileza y dedicación, proporcionando a su mundo seguridad y protección sin medida.
La relación entre ambos se conservó siempre. Para Nicole, la misma le proveyó un cimiento para la vida. Para James, sanó un pasado de dolor.
“¡Léeme abuelito, léeme!”
James Dobson definió bien lo anterior, cuando dice: “Los niños no son huéspedes casuales en nuestro hogar.”
Proverbios 17:6
Corona de los ancianos son los hijos de los hijos, y la gloria de los hijos son sus padres.



No hay comentarios:

Publicar un comentario