Cuando se trata de servir en la iglesia, las personas rara vez piden cargos en los cuales pasarán desapercibidos. Generalmente, piden que los involucren en posiciones de liderazgo. No tiene nada de malo presidir un comité, pero Dios nos llama a tener el corazón de un siervo: desea que nuestra motivación sea glorificarlo.
Algunos jóvenes que estudian teología, precisamente por sus estudios, expresan el deseo de estar al frente de una iglesia grande. Ellos, que están integrados en una congregación pequeña, luchan con frecuencia con el sentimiento de que no son suficientemente importantes.
Pero para ellos, el ánimo a seguir es el siguiente: Dios nos pone donde Él quiere que sirvamos pues nos ama; y en cada tarea que realicemos debemos darnos por completo, ya sea una sola persona o una multitud la que nos escuche. En última instancia servimos a Jesús, y a Él no le preocupa el reconocimiento que recibamos. Él desea nuestra obediencia y nuestro mejor esfuerzo. Y esto es cierto no solo para los pastores, sino también para todos los creyentes.
Son muchos los motivos por los que el Señor nos llama a servir. Primero, nos libra de la soberbia y la egolatría para que nos enfoquemos en Él. Segundo, proclamamos nuestro amor a Cristo por medio de nuestro interés por los demás. Tercero, Dios prueba y purifica nuestros corazones por medio del servicio.
¿Cómo define usted el éxito? Una respuesta común es “el logro de unos objetivos predeterminados”. Pero la definición de la Biblia es diferente. El Señor desea que descubramos su plan, que le obedezcamos y lleguemos a ser todo lo que Él se ha propuesto que seamos.
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