El apóstol Pablo escribió a los romanos que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23 RVR60) y que “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23 NVI). El ángel le anunció a José que el Niño que estaba en el vientre de María sería llamado “Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).
Cuando Juan el Bautista vio a Jesús que venía a ser bautizado, exclamó: “¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29).
La Biblia menciona el pecado con mucha frecuencia por una buena razón: es el pecado, nuestro pecado, el que nos separa de Dios y si no se soluciona con fe y arrepentimiento, produce la muerte eterna. Afrontar la verdad acerca de nuestro pecado y sus mortales consecuencias es, en la Biblia, un requisito previo para recibir a Jesús como Salvador.
La Biblia menciona el pecado con mucha frecuencia por una buena razón: es el pecado, nuestro pecado, el que nos separa de Dios y si no se soluciona con fe y arrepentimiento, produce la muerte eterna. Afrontar la verdad acerca de nuestro pecado y sus mortales consecuencias es, en la Biblia, un requisito previo para recibir a Jesús como Salvador.
Por eso me quedé sorprendido cuando asistí a una conferencia cristiana, y uno de los oradores dijo que no deberíamos mencionar el pecado en nuestras predicaciones, porque es ofensivo. Ciertamente, el pecado es ofensivo, pero la Persona a quien ofende el pecado es el Dios Santo. Y Dios odia el pecado. Él se opone eterna y ferozmente al pecado, y no puede tolerarlo en Su presencia.
Por esto la Biblia pasa tanto tiempo hablando del pecado. Es nuestro problema fundamental, y si lo pasamos por alto, quedamos a merced de nuestros fútiles recursos para encontrarle solución.
No obstante, por grande que sea el énfasis que la Biblia pone en la realidad y el peligro del pecado, aún es mayor el peso que le da a la cura para el mismo: la salvación por medio de una fe personal en la obra expiatoria de Jesucristo en la cruz. El problema del pecado ya ha sido resuelto. Hay liberación, porque tenemos un Libertador. Hay salvación, porque tenemos un Salvador. Hay redención, porque tenemos un Redentor.
La Buena Noticia es que Dios perdona el pecado. Él derramó su divina ira contra el pecado castigando a su propio Hijo en la cruz. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados” (Isaías 53:5, RVR1960). El castigo del pecado, la muerte eterna, fue pagado por completo cuando Jesús murió en nuestro lugar en el Calvario.
Cuando nos apartamos de nuestro pecado, es decir, reconocemos que nos hemos rebelado contra Dios y que somos completamente incapaces de salvarnos a nosotros mismos, y acudimos a Dios con fe, recibimos el regalo gratuito de la salvación. Nada hicimos para ganarlo, porque no podemos.
Lo sorprendente es que Dios no solo quitó nuestros pecados, sino también nos acreditó la justicia que es de Él. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21, RVR1960). Martín Lutero llamó a esto “el gran intercambio”: nuestro pecado por la justicia de Dios.
Por esto la Biblia pasa tanto tiempo hablando del pecado. Es nuestro problema fundamental, y si lo pasamos por alto, quedamos a merced de nuestros fútiles recursos para encontrarle solución.
No obstante, por grande que sea el énfasis que la Biblia pone en la realidad y el peligro del pecado, aún es mayor el peso que le da a la cura para el mismo: la salvación por medio de una fe personal en la obra expiatoria de Jesucristo en la cruz. El problema del pecado ya ha sido resuelto. Hay liberación, porque tenemos un Libertador. Hay salvación, porque tenemos un Salvador. Hay redención, porque tenemos un Redentor.
La Buena Noticia es que Dios perdona el pecado. Él derramó su divina ira contra el pecado castigando a su propio Hijo en la cruz. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados” (Isaías 53:5, RVR1960). El castigo del pecado, la muerte eterna, fue pagado por completo cuando Jesús murió en nuestro lugar en el Calvario.
Cuando nos apartamos de nuestro pecado, es decir, reconocemos que nos hemos rebelado contra Dios y que somos completamente incapaces de salvarnos a nosotros mismos, y acudimos a Dios con fe, recibimos el regalo gratuito de la salvación. Nada hicimos para ganarlo, porque no podemos.
Lo sorprendente es que Dios no solo quitó nuestros pecados, sino también nos acreditó la justicia que es de Él. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21, RVR1960). Martín Lutero llamó a esto “el gran intercambio”: nuestro pecado por la justicia de Dios.
El pecado es, ciertamente, una mala noticia. Estamos perdidos, sin esperanza, sin Dios. Pero, cuando dejamos de lado nuestro orgullo y admitimos nuestro pecado, estamos listos para recibir la gloriosa salvación de Jesucristo.
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