jueves, 29 de octubre de 2015

Le agrada a Dios

¿Qué espera Dios que hagamos con los adultos mayores? A Dios le agrada que seamos responsables, que correspondamos a nuestros padres y abuelos cuidándolos y ayudándolos a vivir decentemente.

La señora López, de setenta años, vivía entre la basura, en un terreno que no le pertenecía, con sus treinta perros y veinte gatos. Había vivido así durante años y así quería seguir. Únicamente se mudaría si la aceptaban con todas sus mascotas.

Esa señora enfermó de soledad, según el médico. En su tristeza, sacó de la calle uno por uno, a aquellos perros y gatos, animales que vivían en un ambiente sucio, desordenado, lleno de pulgas y malos olores.

Algunas personas mayores, cuando sienten soledad, guardan cosas inservibles o animales como sus únicas posesiones. El esposo de aquella señora había fallecido y sus hijos la habían abandonado. Uno de ellos le quitó la casa y la vendió; a los otros, hacía tiempo que no los veía. El señor Martínez, un vecino, ante esta situación, le había dado permiso de vivir en su terreno. Ahora, ya hacía tres meses que el buen señor Martínez había fallecido y su familia quería el terreno. ¿Adónde iría a vivir la señora López?

Eso es precisamente lo que nunca debería suceder con los ancianos de tu familia, ¿no te parece? Con las viudas, tampoco. Seguramente ahora no podrías mantener a tus padres, abuelos o algún ancianito que conoces, pero sí puedes aprender la lección para ayudarlos en algo que necesiten. Sostén su brazo al bajar las escaleras, acércales un vaso de agua, regálales un chocolate o algo que ellos disfruten, escríbeles una nota y ora por su salud al lado de su cama...

Tú conoces a Dios y sabes lo que le agrada. Ayuda a algún anciano o viuda que conozcas. No tienen por qué estar tristes si tú estás cerca de ellos.
Si una viuda tiene hijos o nietos, ellos son quienes primero deben aprender a cumplir sus obligaciones con los de su propia familia y a corresponder al amor de sus padres, porque esto agrada a Dios (1 Timoteo 5:4)


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