En un pueblo de un país lejano había una casa abandonada por muchísimo tiempo, tanto, que ninguno de sus habitantes afirmaría que al nacer, la casa no estaba. En cierta oportunidad, un perrito, al ver que podía entrar a su interior, decidió refugiarse del fuerte sol implacable que castigaba a la aldea. Se sorprendió mucho cuando se encontró con mil perritos que, como él, movían la cola. Ladró, y los mil perritos también ladraron, dio un salto y los otros también saltaron. Se acercó un poco levantando las orejas, y ellos hacían lo mismo. Todo le causaba mucha gracia, ladró alegremente y los mil perritos hicieron lo mismo, hasta que decidió regresar con su amo.
Lo pasé súper bien con ellos, voy a volver otro día para jugar, dijo. A los pocos días, otro perrito se las arregló para entrar, y al verse rodeado de tantos perritos iguales a él, ladró frenéticamente mostrando sus dientes, y los demás hicieron lo mismo. Quiso abalanzarse sobre uno de ellos, gruñendo y mostrando en su cara lo malo que era, y no le quedó más remedio que salir huyendo porque todos juntos hicieron lo mismo, provocándole terror. Al salir, dijo: -Nunca más volveré a entrar ahí, con esos perros es mejor no tratar. En el frontis de la casa había un letrero que decía, “La casa de los mil espejos”.
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