Porque grande es el Señor, y digno de suprema alabanza; temible sobre todos los dioses (Salmo 96:4).
La finalidad principal del ser humano es glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre, expresa el Catecismo de Westminster. Gran parte de las Escrituras invitan a dar gracias y adorar abundante y alegremente al Dios vivo. Cuando honramos al Señor, estamos celebrando que Él es la fuente de donde fluye toda bondad.
Cuando alabamos al Señor de corazón, con gozo, experimentamos la condición para la que fuimos creados. Tal como un hermoso atardecer o un pacífico paisaje pastoral apuntan a la majestad del Creador, así también, la adoración profundiza nuestra comunión espiritual con Él. El salmista declaró: Grande es el Señor, y digno de suprema alabanza (…). Cercano está el Señor a todos los que lo invocan (Salmo 145:3, 18).
Dios no necesita nuestra adoración, pero nosotros sí necesitamos adorarlo. Al disfrutar de su presencia, bebemos del gozo que supone su amor infinito y nos regocijamos por Aquel que vino para redimirnos y restaurarnos. Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre, expresó el salmista (Salmo 16:11).
Querido Señor, Tú eres el Dios grande y poderoso, el Creador del universo. Alabaré siempre tu nombre. No hay otro Dios aparte de ti.
La adoración proviene de un corazón que rebosa alabanza a Dios.
La finalidad principal del ser humano es glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre, expresa el Catecismo de Westminster. Gran parte de las Escrituras invitan a dar gracias y adorar abundante y alegremente al Dios vivo. Cuando honramos al Señor, estamos celebrando que Él es la fuente de donde fluye toda bondad.
Cuando alabamos al Señor de corazón, con gozo, experimentamos la condición para la que fuimos creados. Tal como un hermoso atardecer o un pacífico paisaje pastoral apuntan a la majestad del Creador, así también, la adoración profundiza nuestra comunión espiritual con Él. El salmista declaró: Grande es el Señor, y digno de suprema alabanza (…). Cercano está el Señor a todos los que lo invocan (Salmo 145:3, 18).
Dios no necesita nuestra adoración, pero nosotros sí necesitamos adorarlo. Al disfrutar de su presencia, bebemos del gozo que supone su amor infinito y nos regocijamos por Aquel que vino para redimirnos y restaurarnos. Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre, expresó el salmista (Salmo 16:11).
Querido Señor, Tú eres el Dios grande y poderoso, el Creador del universo. Alabaré siempre tu nombre. No hay otro Dios aparte de ti.
La adoración proviene de un corazón que rebosa alabanza a Dios.
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