Nicodemo era una persona notable entre los judíos Hubiera ocupado un lugar en los periódicos hoy en día. Además era un maestro en los asuntos de fe, lo que conllevaba la posesión de una sólida reputación ética y doctrinal. Si a esto se añade el hecho de su condición de fariseo, con la que el capítulo 3 del evangelio de Juan inicia su descripción, se puede entender que Nicodemo es una demostración palpable de la vacuidad de su religión.
Es decir, alguien que sabía tanto, que había cumplido tantas reglas, que había aconsejado sobre tantas cosas, y que consagraba su vida a cultivar la espiritualidad en los términos de la Ley de Dios, debería ser la persona más apta para disfrutar de las bendiciones eternas. Sin embargo, el comportamiento de Nicodemo puede ser, hasta cierto punto, sorprendente: fue a ver a Jesús de noche.
Nicodemo no quería que su reputación se viera comprometida con su discipulado; Juan pareciera sugerir que Nicodemo se hubiera convertido en un discípulo secreto de Jesús. Esto llama la atención porque se supone, que alguien que ha sido formado en un ambiente religioso y que ha venido siendo formado en el temor del Señor, se ha preparado toda la vida para establecer una comunión perfecta con el Señor. Los fariseos que cuidaban tanto la pureza de sus costumbres debían, de manera natural, estar dispuestos a recibir con más ardor al Cristo que había sido anunciado en el A.Testamento. Y sin embargo, al contrario, su formación religiosa les llevaba a la hostilidad hacia Jesús. Nicodemo fue a Jesús de noche, evidenciando el fracaso de toda una vida religiosa.
La conversación entre Jesús y Nicodemo no puede ser entendida omitiendo Juan 2:23-25; o sea, el hecho de que Jesús conocía el corazón de los hombres. El sabía qué era lo que preocupaba a Nicodemo, así que su respuesta va directa a la verdadera pregunta de Nicodemo, estaba respondiendo a su corazón no a sus palabras. Nicodemo propone un largo rodeo de milagros, pero la fe en los milagros no conduce a gran cosa, se debe fijar en el autor de ellos, en lo que éste ha venido a realizar, en el milagro indispensable. Jesús, consecuentemente, responde: De cierto, de cierto te digo: El que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios.
La respuesta de Nicodemo manifiesta la duda de su entender. No es posible que Nicodemo pensara que Jesucristo estaba hablando de manera literal. Pensemos que los judíos y paganos de la época de Jesús estaban familiarizados con la idea del renacimiento. De hecho, los rabinos decían que los prosélitos del judaísmo eran como niños nacidos de nuevo, y en el mundo gentil las religiones ofrecían la unión mística con algún Dios, cuando ésta se producía a través de ceremonias destinadas a afectar los sentidos del participante; en esas circunstancias, el iniciado era considerado como un “nacido de nuevo”. De ahí que, cuando el cristianismo vino al mundo con un mensaje de renacimiento, traía justamente lo que todo el mundo estaba buscando sin conseguirlo verdaderamente. La respuesta de Nicodemo debe ser entendida como una demostración de este fracaso: Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? (v. 4). Es decir, ni los prosélitos judíos ni los iniciados griegos evidenciaban un nuevo nacimiento verdadero más allá de los rituales y los hábitos superficiales. Entonces, ¿es posible, verdaderamente, que un hombre pueda nacer de nuevo?
Mucho del “cristianismo” moderno tiene más de los juegos psicológicos de las religiones de misterio o de la frialdad sacramental del legalismo, que de la verdadera experiencia cristiana. Nicodemo era un hombre que no quería seguir jugando a la religión; vino a Jesús de noche, buscando una respuesta definitiva. Jesús lo sabía, y por eso abre los ojos de su interlocutor: Respondió Jesús: de cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: os es necesario nacer otra vez. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu (Juan 3:5-8)
La respuesta del Señor da el poder al oficiante del ritual, y son los elementos del acto sacramental los que determinan su valor. El nuevo nacimiento no depende del incienso, ni de la música ni de la afectación de los sentidos, ni tampoco de la afiliación a una nueva religión. Tampoco es resultado del proselitismo. Es un acto que proviene de la gracia de Dios. No es nacido de carne, sino del Espíritu; no es resultado de la voluntad de la carne sino del Espíritu, que sopla por donde quiere sin que sepas de donde viene ni a donde va. La pura gracia está más allá de lo que pueda ganar el hombre, está, más bien, en el plano de lo que puede recibir el hombre.
En este punto, muchos pueden sentirse identificados con la pregunta de Nicodemo: ¿Cómo puede hacerse esto? La religión no nos hace los suficientemente sabios para entender estas verdades, la comprensión está en relación con la naturaleza de nuestra fe. Nicodemo no entenderá las cosas hasta que no reciba el testimonio de Jesús (verso 11), lo mismo que muchas personas en el mundo cristiano de hoy, que aceptan las doctrinas sin recibirlas verdaderamente, porque no creen. El nuevo nacimiento no se puede ganar porque nadie ha subido jamás a la presencia del Padre, sino que es el Hijo quien ha traído gracia sobre gracia al ser humano; Él es quien, finalmente, será levantado como la serpiente en el desierto para que todo aquel que en Él cree no se pierda sino que tenga vida eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario