En cierta ocasión, Juan el bautista había enviado a sus discípulos a Jesús para que les confirmara si era Él quien había de venir (Lucas 7:20). Esos discípulos, en ese momento, fueron testigos de los milagros y el gran poder que tenia Jesús para sanar a los enfermos, y Él no les respondió con palabras sino con hechos, dándoles la orden de que le hicieran saber todo lo ocurrido a Juan. En esa misma hora sanó a muchos de enfermedades y plagas, y de espíritus malos, y a muchos ciegos les dio la vista. Y respondiendo Jesús, les dijo: Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio; y bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en mí. Lucas 7:22-23 (Reina-Valera 1960).
Además, nuestro es el deber de velar porque ese mensaje sea bien emitido. Aunque a veces no veamos los resultados que esperamos, cumplimos nuestra labor sembrando esa semilla, que es la palabra de Dios. Pues habiendo varios tipos de tierra, dado que algunos no recibirán bien el mensaje por ser tierra estéril, otros sí lo recibirán con agrado, como tierra fértil, dando fruto.
Todos necesitamos de Dios, todos, en su momento, hemos recibidos mensajes de parte de Dios por una persona que Él usa como instrumento, pero no solo es sentarse a esperar a recibir mensajes, sino que también es hora de que los compartamos con los demás. El mensaje se debe llevar con urgencia y darle la prioridad que merece, pues Dios no quiere que nadie se pierda. La llegada de Jesús se acerca más cada día.
Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!
1 Corintios 9:16 (Reina-Valera 1960)
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