sábado, 16 de mayo de 2015

La paciencia tiene recompensa

Frecuentemente las circunstancias nos provocan preocupación, ansiedad y afán, y para luchar contra ellas debemos disfrutar de la presencia de Dios. Vivimos en un tiempo en el que la espera se hace cada vez más insoportable.
En otros tiempos la demora se medía en días o meses, pero hoy consideramos demora simplemente, al tiempo que nuestro ordenador tarda en abrir un programa, al tiempo que el microondas requiere para calentar nuestro café, al que una persona tarda en atender el teléfono o al que un semáforo toma para cambiar de la luz roja a verde.
O sea, la impaciencia se ha instalado de tal forma en nuestras vidas, que medimos el uso eficaz del tiempo en cuestión de segundos. Incluso cuando la espera es ínfima, nuestro espíritu inquieto no puede controlar los sentimientos de ansiedad y afán propios de la sociedad moderna. La sabiduría popular afirma que la paciencia es un arte, el arte de saber esperar. El problema con esta definición no radica en lo innecesario de saber que lo debemos hacer según la situación, sino en la creencia general de que nuestra actividad principal, ya que no podemos acelerar el tiempo, es esa precisamente, esperar.
Estamos llamados principalmente en la vida, a orientar nuestra existencia hacia una respuesta a las permanentes invitaciones de Dios a caminar con Él, a buscar Su accionar en las situaciones más frustrantes. De esta manera, podríamos definir la paciencia como el desafío de disfrutar de la presencia de Dios, cuando las circunstancias nos invitan a la preocupación, la ansiedad y el afán. 
Consideremos la siguiente situación, típica de nuestra existencia. Estamos esperando en una fila para hacer un trámite en alguna oficina del gobierno. Acabamos de entregar los papeles para iniciar el trámite y ahora no podremos retirarnos del lugar hasta que se acaben las gestiones anteriores. Los presentes ya se empiezan a incomodar cuando, en cierto momento, llega un oficial e informa que el sistema informático se ha caído. Todos deberán esperar hasta que el sistema se habilite de nuevo. De inmediato pensamos en la lista de tareas urgentes que nos esperan en el trabajo. Comenzamos a caminar por el lugar con pensamientos airados contra el gobierno, sus empleados y el sistema al que están sujetos. Cuanto más tiempo pasa, más notoria es nuestra agitación interior y más visible nuestro fastidio.
Es acertado afirmar que estamos esperando; pero no estamos disfrutando del momento.
Estamos perdiendo la oportunidad de tener en cuenta a Aquel que proclamamos como el Ser más importante del universo: DIOS. Pensemos entonces, que el mayor desafío cuando estamos fastidiados por las intolerables demoras que debemos soportar, es el de aquietar nuestro espíritu.
Es nuestra la opción de apartar los ojos de las circunstancias y elevarlos a Dios para saber que Él reina, soberano, en todo momento.
La próxima vez que se encuentre en una situación sobre la cual no tiene el control, lleve su espíritu a la presencia Dios y deje que Él le conduzca junto a aguas de reposo.
Uno de los valores más importantes que debemos tener los hijos de Dios es precisamente,
¡La paciencia!

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