sábado, 16 de mayo de 2015

Los Celos, un enemigo peligroso

María y yo éramos parte del grupo de jóvenes de la iglesia que se reunía dos veces al mes. Ella soñaba con dirigir la alabanza en la iglesia y lanzar sus discos a la venta. Mientras la veía cantar, era obvio que Dios la estaba usando para hacer ambas cosas. Una parte de mí quería celebrar y alabar a Dios por permitirle cumplir sus sueños. Pero la otra parte, estaba menos alegre. Me pregunté, ¿Y por qué yo no?
Sí, Dios me estaba usando en mi trabajo y en mi ministerio, pero yo quería ser parte de esa otra clase de bendición. La lucha de ambos sentimientos.... me sentía halagada y desgarrada. No me gustaba sentirme así. Como hermana en Cristo de María, yo sabía que debía estar alegre porque Dios estaba usando a mi amiga, y feliz de ver la mano de Dios trabajando en su vida. Sin embargo, no era así.
No quería parecer “poco espiritual”, así que fingí estar feliz por ella halagando su actuación delante de mi esposo. Pero por dentro, los celos me consumían como un veneno llegándome al corazón. Me esforcé alabándola con una sonrisa falsa y con la esperanza de que eso oscureciera mis sentimientos. Quizá si aparentaba bastante, podría parecer sincera de sentirme feliz por ella.
Pero cuanto más alarde hacía de ella a mi marido, más pensaba en el asunto. Y cuánto más lo pensaba, más me carcomía. ¿Qué estaba pasando? Los celos estaban acabando con mi alegría.
LOS CELOS ANSÍAN OTRO ESTATUS
Yo no estaba celosa de las cosas de María-de su ropa, de su casa, ni de su talento-. Mi batalla no era el deseo de estar en el escenario dirigiendo la adoración. Era su bendición lo que yo quería.
Estaba viviendo una versión moderna de Jacob y Esaú. Dios había bendecido a mi hermana en Cristo con un ministerio increíble, y yo lo deseaba. Quería ser la escogida por Dios, ansiaba tener un llamamiento sensacional que llenara todas mis expectativas. ¿Por qué estaba Dios satisfaciendo las peticiones de María, y no las mías?
Después del servicio, hablé con ella. Mientras conversábamos y nos poníamos mutuamente al día, tuve la tentación de exagerar lo que estaba pasando en mi vida y en mi ministerio. Sentí la necesidad de “superarla” para que supiera que yo también estaba haciendo algo especial.
Los celos buscan con frecuencia la satisfacción propia, pero al tenerlos, uno se siente inferior. Juan el Bautista es un ejemplo de cómo responder a esta tentación. Su ministerio fue preparar el terreno para Cristo. Durante un tiempo atrajo a las más grandes multitudes. Sin embargo, cuando Jesús comenzó su ministerio, la vida cambió para Juan y sus discípulos.
En Juan 3.26, los discípulos de Juan expresaron su preocupación por la manera en que había disminuido el aprecio que las personas tenían por él. Estaban molestos porque la gente prefería ser bautizada por el Señor Jesús en vez de Juan.
El fiel discípulo, Juan, podía haber luchado por la popularidad para no ser desplazado. Pudo haber gritado más fuerte o ayunado para captar más la atención, pero comprendió su verdadero propósito. Su tarea era preparar el terreno para el Mesías. Él no era el Mesías, y supo, cuando llegó el momento, dar un paso atrás. Por eso respondió a sus discípulos: Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3.30).
Un corazón codicioso anhela tener otro estatus y lucha por tenerlo. El corazón de Juan estaba consagrado a engrandecer a Dios, no a sí mismo. Por tanto, cuando llegó el momento de retirarse pudo hacerlo humildemente.
LOS CELOS DISTORSIONAN LA REALIDAD
Mientras María dirigía la adoración, yo disfrutaba de la música y cantaba. Sin embargo, solamente lo hacía mecánicamente. En vez de enfocarme en Dios y en su grandeza, mi atención estaba puesta en María y en su éxito.
Pensé en su crianza, en su educación y en el apoyo que había tenido. Eso me enfurecía. Era como si todo le hubiera sido dado sin dificultad, mientras que yo siempre tuve que trabajar y esperar.
Estos pensamientos crecían como una bola de nieve, y antes de darme cuenta, yo era una víctima de la circunstancia, al menos tal cómo yo la percibía. En realidad, ninguno de ellos era cierto. María había trabajado duro y dado su talento por entero al Señor; por tanto, Él podía y quería usarla.
Santiago nos advierte: “Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica”(3.14, 15).
Esta supuesta “sabiduría” de hacerse la víctima no procede de Dios. El enemigo utiliza esta táctica sutil para incitarnos a cambiar nuestro enfoque del Señor. Los celos distorsionan nuestra visión, impidiéndonos ver la verdad. Pero cuando soy lo suficientemente sincera como para enfocarme en Dios y tener un corazón recto para con Él, veo claramente, las numerosas maneras como el Señor me ha bendecido y usado.
LOS CELOS ROBAN LA ALEGRÍA
Lo irónico de esta historia es que, en el momento en que ocurrió, mi esposo y yo éramos misioneros. Una de mis mayores alegrías como misionera, era ver a otros seguir a Cristo y servirle con sus talentos. Esto es lo que hacía María. Y me desconcertaba el hecho de ver que su ministerio provocara en mí celos en vez de alegría.
Los celos son unos intrusos que pueden comenzar como un pensamiento repentino y en cuestión de minutos extenderse, infectando el corazón y la mente. Si los detenemos antes de que se instalen definitivamente en nosotros, podremos ganar la batalla. En caso contrario, desalojar a este inútil intruso será muy difícil. En vez de alegrarme por el éxito de mi amiga, abrigaba sentimientos de envidia que crecían dentro de mí. Fueron necesarios muchos días para vencer lo que había tomado solo un momento comenzar.
Me produce vergüenza decirlo; no es una de las “historias misioneras” que me gusta compartir con otros. Sin embargo, es una lucha que en cualquier momento puede resurgir, por lo que debo aprender cómo luchar contra ella.
Proverbios 14.30 advierte: “El corazón apacible es vida de la carne; mas la envidia es carcoma de los huesos”. Infelizmente, no se necesita mucho tiempo para que la “podredumbre” comience.
Para derrotar al monstruo de la envidia, tenemos que ponernos a la ofensiva contra él, y tener pensamientos positivos que nos hagan sentir superiores pero, a la vez, dignos de alabanza. Filipenses 4.8 nos alienta con estas palabras: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”. La receta de Pablo es el antídoto perfecto.

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