domingo, 17 de mayo de 2015

El brazo

Se cuenta la historia de un valiente capitán cuya bandera, enarbolada, estaba casi siempre en primera línea de batalla; su espada era temida por sus enemigos, porque se le consideraba el mensajero de la mortandad y de la victoria.
Un día su rey le pidió que le mostrara su espada; cuando la acercó a sus manos, la tomó con cuidado, la examinó y se la devolvió con el siguiente mensaje: “No veo nada maravilloso en esta espada. No acabo de entender cómo un hombre le puede tener tanto miedo”.
Entonces el capitán le respondió: “Vuestra Majestad se ha dignado examinar la espada, pero no le envié el brazo que la maneja. Si hubiera examinado ese brazo, y el corazón que le dirige, habría entendido el misterio”.
Pues igual sucede en nuestras luchas diarias; no se trata de quiénes somos, de lo que hemos logrado, de lo que sabemos o poseemos, sino de la confianza que tengamos en Dios y de si le permitimos a Él dirigir y pelear nuestras batallas.
Muchas veces el enemigo que enfrentamos se presenta como un gigante al que humanamente, sería muy difícil hacerle frente, y mucho más ganar la pelea, pero cuando nos encomendamos a Dios y ponemos nuestros miedos, frustraciones y limitaciones humildemente delante de Él, lo sobrenatural comienza a ocurrir y salimos más que victoriosos de la batalla.
Dios busca corazones humildes, sinceros, que sean capaces de confiar en Él y reconocer que todos los logros y las victorias son porque le permitimos tomar lo poco que somos, y usarnos. Que aunque nuestras espadas se vean normales a simple vista, cuando estén en Sus manos son invencibles.
Así que podemos decir con toda confianza: El Señor es quien me ayuda, por eso no tendré miedo. ¿Qué me puede hacer un simple mortal?. Hebreos 13:6 (NTV)
Permite que Dios sea el que mueva tu espada, con Él la victoria está asegurada.

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