Las relaciones virtuales son parte de nuestro mundo. Pero nuestros niños necesitan establecerse y asegurarse en relaciones que no sean solo virtuales.
Una de las facetas en la que es necesario que los padres seamos mentores de nuestros hijos, es la de tener relaciones saludables. Los niños están sumamente cómodos en un mundo virtual.
Tienen amigos virtuales de todo el mundo. Mientras que los padres usan las redes sociales, como una oportunidad para establecer contacto con viejos amigos que han conocido personalmente en la secundaria, en la universidad, y en el presente, sus hijos se esfuerzan por sumar una multitud de "amigos", se hayan conocido antes o no. Esto puede provocar que un hijo o una hija acepten como amigo al hermano del primo del vecino de su amigo: ¡alguien a quien nunca han conocido en la vida real!
El dilema con esto, es que mientras los adolescentes están buscando aceptar más y más amigos para ser populares, su mundo relacional cambia del equilibrio de lo real... a la inestabilidad virtual. Cambian las relaciones reales, auténticas, cara a cara, por ilusiones virtuales, falsas impresiones... y engaños.
Esta observación tiene una doble perspectiva.
Primero, mientras más relaciones virtuales tengan nuestros niños con personas que no han visto cara a cara, en mayor riesgo estarán. En nuestro ámbito es norma que ellos tienen que haber compartido cierto tiempo cara a cara con alguien, antes de agregarlo como amigo a su lista, sea cual sea la actividad en la que estén. De esta manera, al menos sabemos que los amigos son realmente quienes dicen ser.
Cuando nos encontramos con la gente por primera vez, solemos tratar de averiguar qué clase de personas son. Aunque las tratemos desde hace años, si no las conocemos bien, por lo general observamos lo que dicen y cómo actúan para ver si nos gustaría tenerlas en nuestra vida. Hacemos esto con al menos, dos de los cinco sentidos que tenemos: vista y oído. Pero con las relaciones virtuales no tenemos disponibles ninguna de estas dos opciones. Podemos "ver", pero solo estamos viendo una imagen distorsionada, la imagen que la otra persona quiere proyectar al mundo, y muchas veces, esa imagen es diferente de la persona real. No es más que una máscara. Queremos que nuestros niños tengan con la gente, relaciones en las que puedan aprender a discernir quienes son realmente esas personas, sin la máscara.
Segundo, y lo más importante, es que las verdaderas relaciones tienen lugar en la vida real. Las relaciones más saludables se construyen cara a cara, día a día, no virtualmente. La vida real se construye con relaciones reales. Puede que algunas personas hayan encontrado a su cónyuge virtualmente, antes de ser presentados en persona. También sabemos que las relaciones virtuales son parte de nuestro mundo, pero nuestros niños necesitan establecerse y asegurarse en relaciones que no sean solo virtuales.
Debido al empuje de la popularidad, tanto para los tímidos como para los sociables, las relaciones virtuales tienen tanto atractivo para los adolescentes, que algunos vivirían principalmente en ese mundo en vez de hacerlo en la realidad de la vida diaria. A los tímidos les gusta porque pueden ser diferentes de como son cada día, y a los extrovertidos también, porque viven sobre todo, la emoción de la relación: cuántos más, mejor.
Como padres debemos centrarnos en el hecho de que no importa a dónde nos lleve la tecnología, que seguimos queriendo estar anclados a relaciones cara a cara, donde el aprender a tratar con lo bueno, lo malo y lo feo en otras personas tiene lugar en un ambiente real, visual, constante, amable y cotidiano.
Es necesario que enseñemos a nuestros niños que, cuando se frustren con su futuro cónyuge, no podrán simplemente pulsar el botón de "suprimir" para terminar la relación. Las relaciones reales requieren un duro trabajo día a día. La verdad es que nuestros cónyuges tienen que vivir no meramente con las buenas impresiones que damos, sino más bien con lo real de nosotros.
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