lunes, 16 de marzo de 2015

Un corazón como el del Padre

Tal como la necesidad espiritual solamente puede ser saciada al entrar en intimidad con Dios, la misericordia es fruto del hambre y sed de justicia.
Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia. Mateo 5:7 En esta bienaventuranza tenemos una de las más claras evidencias de que es Dios el que está obrando transformación en la vida y no la persona misma. La misericordia se refiere específicamente, a una sensibilidad al dolor de otros que, a su vez, produce un deseo de aportar alivio al afligido. No cabe duda de que esta postura refleja el carácter de nuestro Dios, pues la misericordia tiene que ver con un corazón compasivo, bondadoso y tierno. No mide si la otra persona es merecedora de nuestra socorro, sino que se da a sí mismo por el bien del otro.
Conforme a la progresión espiritual que vamos observando, es natural que crezca en nosotros, esta actitud de misericordia, fruto del hambre y sed de justicia. Esta necesidad espiritual solamente puede ser saciada al entrar en intimidad con Dios mismo. La cercanía a Su Persona, no solamente sacia las necesidades de nuestra alma, sino que comienza a contagiarnos de la misma visión que Dios tiene de la gente. Ya no juzgamos con dureza a aquellos que están en situaciones difíciles, condenándolos porque vemos en sus vidas las claras consecuencias del pecado. Más bien, comenzamos a comprender que son personas atrapadas en un sistema maligno, cegadas por las tinieblas de este mundo, que necesitan con desesperación que alguien se les acerque para indicarles el camino hacia la luz y la vida.
¡Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán aún mayores demostraciones de misericordia!

Es obvio que la expresión "misericordia" cuando es malentendida, escandaliza a aquellos que creen ser los auténticos defensores de todo lo que es bueno y justo. Los fariseos, por ejemplo, no mostraron ni una pizca de misericordia hacia la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8). Lejos de desear que fuera librada del pozo en el que había caído, la trajeron a Jesús buscando su aprobación para la condenación que ya habían forjado en sus propios corazones.
Jesús no dijo, en ningún momento, que aprobaba la práctica del adulterio. Sin embargo, demostró compasión al afirmar que no la condenaba, a pesar de ser digna de condenación. De la misma manera, Simón el fariseo se mostró horrorizado de que el Maestro permitiera que una mujer pecadora tocara a Jesús (Lucas 7). ¡Un fariseo jamás hubiera tenido contacto con esta clase de persona! Jesús, no obstante, le extendió la bondadosa compasión de Dios y fue, literalmente, transformada en otra persona. En esa ocasión Jesús señalaría que "el que mucho ama, mucho ha sido perdonado" Lucas 7.47, confirmando que la misericordia es, en efecto, la consecuencia de reconocer nuestra propia pobreza de espíritu. Por esto necesitamos recordar a diario lo mucho que nos ha amado.

En varios momentos de su peregrinaje, Cristo recordó a los discípulos que Dios sería generoso con aquellos que eran generosos. El principio es claro: todos hemos recibido la invitación a ser parte del reino. Pero una vez que hemos sido integrados en él, es inadmisible que no tengamos la misma actitud de misericordia hacia los demás que se nos ha concedido a nosotros. ¡Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán aún mayores demostraciones de misericordia!


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