Consideremos primero el ejemplo de Abraham, el padre de los fieles y el amigo de Dios. Fue por su devoción a Dios en su hogar como recibió la bendición de: “Porque yo lo he conocido, sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio” (Génesis 18:19). El patriarca es elogiado aquí por instruir a sus hijos y siervos en el más importante de los deberes, “el Camino del Señor”: la verdad acerca de su gloriosa persona, su derecho indiscutible sobre nosotros, lo que requiere de nosotros. Son importantes las palabras “que mandará”, es decir, que usaría la autoridad que Dios le había dado como padre y cabeza de su hogar, para hacer cumplir en Él los deberes relacionados con la devoción a Dios. Abraham oraba a la vez que también enseñaba a hacerlo a su familia: dondequiera que levantaba su tienda, edificaba “allí un altar a Jehová” (Génesis 12:7; 13:4). Ahora bien, amigos, preguntémonos: ¿Somos “simiente de Abraham” (Gálatas 3:29) si no “hacéis las obras de Abraham” (Juan 8:39) si descuidamos el serio deber del culto familiar? El ejemplo de otros hombres santos es similar al de Abraham. Consideremos la devoción que reflejaba la determinación de Josué, quien declaró a Israel: “Yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15). No dejó que la posición exaltada que ocupaba, ni las obligaciones públicas que lo presionaban, lo distrajeran de procurar el bienestar de su familia.
Por otra parte, podemos observar las terribles amenazas pronunciadas contra los que descuidaban este deber. Cuántos habremos reflexionado seriamente sobre estas palabras impresionantes: “¡Derrama tu enojo sobre las gentes que no te conocen, y sobre las naciones que no invocan tu Nombre!” (Jeremías 10:25) Qué tremendamente serio es saber que las familias que no oran son consideradas aquí, iguales a los paganos que no conocen al Señor. ¿Sorprendidos? Pues hay muchas familias paganas que se juntan para adorar a sus dioses falsos. ¿Y no es esto causa de vergüenza para los cristianos profesos? Pero observemos también que Jeremías 10:25 registra imprecaciones terribles sobre ambas clases por igual: “Derrama tu enojo sobre...” Con cuánta claridad nos hablan estas palabras.
No basta que oremos como individuos privadamente en nuestra cámara; se requiere que también honremos a Dios. Dos veces cada día como mínimo, de mañana y de noche, toda la familia debe reunirse para arrodillarse ante el Señor, padres e hijos, amo y siervo, para confesar sus pecados, para agradecer las misericordias de Dios, para buscar su ayuda y su bendición. No debemos dejar que nada interfiera con este deber; todos los demás quehaceres domésticos deben supeditarse a él. La cabeza del hogar es el que debe dirigir el momento devocional, pero si está ausente, o gravemente enfermo, o es inconverso, la esposa tomará su lugar. Bajo ningún concepto ha de omitirse el culto familiar. Si queremos disfrutar de las bendiciones de Dios sobre nuestra familia, entonces reunámonos los integrantes diariamente, para alabar y orar al Señor. “Honraré a los que me honren” es su promesa.
Un antiguo escritor de bien dijo: “Una familia sin oración es como una casa sin techo, abierta y expuesta a todas las tormentas del Cielo.” Todas nuestras comodidades domésticas y las misericordias temporales que tenemos proceden del amor y la bondad del Señor, y lo mejor que podemos hacer para corresponderlo es reconocer con agradecimiento, juntos, su bondad para nosotros como familia. Las excusas para no cumplir este sagrado deber son inútiles y carecen de valor. ¿De qué nos valdrá decir, cuando rindamos cuentas ante Dios por la mayordomía de nuestra familia, que no teníamos tiempo ya que trabajábamos sin parar desde la mañana hasta la noche? Cuanto más urgentes son nuestros deberes temporales, más grande es nuestra necesidad de buscar socorro espiritual. Tampoco sirve que el cristiano alegue que no es competente para realizar semejante tarea, pues los dones y talentos se desarrollan con el uso y no con descuidarlos.
El culto familiar debe realizarse reverente, sincera y sencillamente. Es entonces, cuando los pequeños recibirán sus primeras impresiones y formarán sus primeros conceptos del Señor Dios. Debe tenerse sumo cuidado a fin de no darles una idea falsa de la Persona Divina. Para este fin debe mantenerse un equilibrio entre comunicar su trascendencia y sus inherentes cualidades, su santidad y su misericordia, su poder y su ternura, su justicia y su gracia, etc. La adoración debe empezar con unas pocas palabras de oración invocando la presencia y bendición de Dios. Debe seguirle un corto pasaje de su Palabra con breves comentarios sobre el mismo. Pueden cantarse dos o tres estrofas de un salmo y luego concluir con una oración en la que se encomienda a la familia a las manos de Dios. Aunque no podamos orar con elocuencia, hemos de hacerlo de todo corazón. Las oraciones que prevalecen son generalmente breves. Cuídese de no cansar a los pequeñitos.
Los beneficios y las bendiciones del culto familiar son incalculables. Primero, el culto familiar evita muchos pecados. Maravilla el alma, comunica un sentido de la majestad y autoridad de Dios, presenta verdades solemnes a la mente, brinda beneficios de Dios sobre el hogar.
También la devoción personal en el hogar es un medio muy influyente, bajo Dios, para comunicar devoción a los pequeños. Los niños son fundamentalmente criaturas que imitan, a quienes les encanta copiar lo que ven en los demás. “El estableció testimonio en Jacob, y puso ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres que la notificasen a sus hijos, para que lo sepa la generación venidera, los hijos que nacerán, y los que se levantarán, lo cuenten a sus hijos. A fin de que pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios, y guarden sus mandamientos” (Salmos 78:5-7). ¿Cuánto de la terrible condición moral y espiritual de las masas en la actualidad, se puede adjudicar al descuido de este deber por parte de los padres de familia? ¿Cómo pueden, los que descuidan la adoración a Dios en su familia, pretender hallar paz y bienestar en el seno de su hogar? La oración cotidiana en el hogar es un medio bendito de gracia, para disipar esas pasiones dolorosas a las cuales está sujeta nuestra naturaleza humana. Por último, la oración familiar nos premia con la presencia y la bendición del Señor. Contamos con una promesa de su presencia que se aplica muy apropiadamente a este deber: vea Mateo 18:19, 20. Muchos han descubierto en el culto familiar, la ayuda y comunión con Dios que anhelaban y que no habían logrado en la oración privada.
También la devoción personal en el hogar es un medio muy influyente, bajo Dios, para comunicar devoción a los pequeños. Los niños son fundamentalmente criaturas que imitan, a quienes les encanta copiar lo que ven en los demás. “El estableció testimonio en Jacob, y puso ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres que la notificasen a sus hijos, para que lo sepa la generación venidera, los hijos que nacerán, y los que se levantarán, lo cuenten a sus hijos. A fin de que pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios, y guarden sus mandamientos” (Salmos 78:5-7). ¿Cuánto de la terrible condición moral y espiritual de las masas en la actualidad, se puede adjudicar al descuido de este deber por parte de los padres de familia? ¿Cómo pueden, los que descuidan la adoración a Dios en su familia, pretender hallar paz y bienestar en el seno de su hogar? La oración cotidiana en el hogar es un medio bendito de gracia, para disipar esas pasiones dolorosas a las cuales está sujeta nuestra naturaleza humana. Por último, la oración familiar nos premia con la presencia y la bendición del Señor. Contamos con una promesa de su presencia que se aplica muy apropiadamente a este deber: vea Mateo 18:19, 20. Muchos han descubierto en el culto familiar, la ayuda y comunión con Dios que anhelaban y que no habían logrado en la oración privada.
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