“EL QUE REPRENDE A OTRO HALLARÁ DESPUÉS MAYOR GRACIA QUE EL QUE LISONJEA CON LA LENGUA” (Proverbios 28:23)
El hecho de tener menos información no te hace inferior, ya que la vida es una escuela y cada nuevo contacto nos enseña algo. Cualquier cosa que otros saben no lo supieron siempre. El mayor problema de la ignorancia es no querer aprender, así que, aprovecha cada oportunidad que tengas, pero asegúrate de elegir a las personas adecuadas: las que se han ganado el derecho de ponerse a tu lado y que cuando es oportuno, te hacen preguntas difíciles, te traen la perspectiva adecuada y te mantienen bien encaminado. Si se da el caso de que Dios te envía tales personas, aquí tienes cuatro principios que te ayudarán a tratarlos correctamente:
Una actitud de “no lo espero de ellos, así que yo tampoco se lo voy a mostrar” te hará daño y te cerrará las puertas en el futuro. Nunca tomes las cosas por supuestas y no te olvides de dar las gracias.
(2) Lleva tu propia carga
No seas ni egoísta ni oportunista. Busca siempre la forma en que tu presencia sea apreciada, que la gente no se sienta obligada a estar contigo. La vida no te debe nada excepto una oportunidad para crecer.
(3) Mantente abierto y “ve al grano” sobre lo que quieres
Conversaciones vagas y dobles motivos suponen que la otra persona es, de algún modo, menos inteligente que tú. Esto puede ser fatal…
(4) Entiende los Límites
Porque otros conozcan a alguien lo bastante bien para llamarle a él o ella solo por su nombre de pila o su apodo, no significa que tú debas hacer lo mismo. Si alguien te dice: “Hola, mi nombre es Carlos”, no contestes con un: “¿Qué pasa contigo, tío?”. Demuéstrale respeto. No trates de cambiar el protocolo para acoplar el ambiente al que tú estás acostumbrado. Respeta los límites igual que a los demás, y siempre tendrás personas en la vida que podrán ayudarte a llegar a donde tienes que ir.
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