lunes, 2 de marzo de 2015

Jesús te espera

El Señor… es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. 2 Pedro 3:9.
Jesús, cansado, estaba sentado junto al pozo de Jacob (Juan 4:6) en Sicar, ciudad de Samaria. En eso llegó una mujer con su cántaro a sacar agua. Era una samaritana despreciada, una mujer que vivía en el desorden moral. No sabía que se hallaría ante Quien conocía toda su vida.
Cuando llegó al pozo, se extrañó de que un hombre judío le pidiera de beber. Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le pedirías, y él te daría agua viva” (Juan 4:10). Esta respuesta despertó en ella la necesidad del agua que verdaderamente apacigua la sed. “Señor”, dijo ella, “dame esa agua, para que no tenga yo sed” (4.15). 
¿Le dio Jesús una lección de moral y le aconsejó cambiar primero de conducta? No, le dio a entender que conocía toda su historia y ganó su confianza. Entonces la mujer dejó su cántaro, volvió a la ciudad y, olvidando su vergüenza, anunció a todos: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? ”. (4.29)
Cualquiera que sea su nacionalidad y su estado pecaminoso, lo que usted necesita no es un agua milagrosa o la intercesión de los santos, sino conocer el don de Dios. Ese don es Jesús, el crucificado, el resucitado, el que “murió por nuestros pecados… y que resucitó al tercer día” (1 Corintios 15:3-4). Jesús, quien ha sido coronado de gloria y de honra en el cielo, es el único mediador entre Dios y los hombres.

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