John D. Rockefeller es conocido como uno de los hombres más ricos del mundo, sin embargo, ni con todo el dinero que poseía se libró de la enfermedad.
Mientras acumulaba su gran fortuna y alcanzaba la edad de los 45 años, empezó a sentirse bastante enfermo, y en busca de algún remedio, visitó bastantes centros médicos del mundo, pero ninguno pudo encontrar una cura para sus malestares.
Mientras acumulaba su gran fortuna y alcanzaba la edad de los 45 años, empezó a sentirse bastante enfermo, y en busca de algún remedio, visitó bastantes centros médicos del mundo, pero ninguno pudo encontrar una cura para sus malestares.
Un día decidió visitar a un pastor amigo de su familia para encontrar consuelo, pues creía que le faltaba poco tiempo de vida. Después de haberle contado cómo se sentía, el pastor lo llevó a una ventana y le preguntó. “¿Qué ves?” El moribundo hombre respondió, “veo gente”. Entonces, el pastor lo llevó ante un espejo y volvió a preguntarle. “¿Y ahora qué ves?”; al instante le respondió, “me veo a mí mismo.” Entonces el pastor le dijo: “Pues, en la ventana como en el espejo, hay solo un cristal, la diferencia es que el del espejo se halla recubierto por atrás por una capa de plata y, a causa de ello, no se ve al prójimo, solo se ve uno a sí mismo”.
Al salir de ese lugar, el moribundo meditó bastante en el ejemplo que le había dado aquel pastor y empezó a cambiar el rumbo de todos sus negocios, dedicándose a la filantropía y a crear fundaciones de ayuda para gente pobre. Con el tiempo, John Rockefeller empezó a sentirse mejor de salud y llegó a vivir 98 años.
Al final, entendió el verdadero significado de hacer un gasto y obtener un ingreso, pero lo más importante, comprendió que la verdadera enfermedad que lo consumía era la avaricia.
Cuando una persona hace su propio presupuesto, únicamente considera dos tipos de cuentas básicas, gastos e ingresos. En el lado de los ingresos, registra todo lo que aparentemente, dé algún beneficio más o menos inmediato, y en el lado de los gastos, los quebrantos económicos y muchas veces, también anota el diezmo, la ofrenda y si sobra algo, hasta puede que dé para la caridad de algún necesitado, asumiendo que el dar es dinero perdido. Pero la verdad es que el diezmo y la ofrenda son las mejores inversiones que una persona puede hacer (Malaquías 3:10) y ayudar a alguna persona necesitada o pobre, como dice la biblia, representa un préstamo a Dios.
Al final, entendió el verdadero significado de hacer un gasto y obtener un ingreso, pero lo más importante, comprendió que la verdadera enfermedad que lo consumía era la avaricia.
Cuando una persona hace su propio presupuesto, únicamente considera dos tipos de cuentas básicas, gastos e ingresos. En el lado de los ingresos, registra todo lo que aparentemente, dé algún beneficio más o menos inmediato, y en el lado de los gastos, los quebrantos económicos y muchas veces, también anota el diezmo, la ofrenda y si sobra algo, hasta puede que dé para la caridad de algún necesitado, asumiendo que el dar es dinero perdido. Pero la verdad es que el diezmo y la ofrenda son las mejores inversiones que una persona puede hacer (Malaquías 3:10) y ayudar a alguna persona necesitada o pobre, como dice la biblia, representa un préstamo a Dios.
Proverbios 19:17 dice: “A Jehová presta el que da al pobre, y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar. “
Qué increíble, que el Creador del cosmos acredite todo lo que se le da a una persona pobre y devuelva el bien que se le ha hecho.
Al igual que aquel millonario, quizás solo haga falta mirar por una ventana cristalina para ayudar a alguna persona necesitada, lo que implicará rehacer nuestro presupuesto comprendiendo que dar al necesitado es una inversión bien hecha y no un gasto.
Salmos 41:1 “Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará Jehová.”
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