domingo, 21 de diciembre de 2014

Todo tiene su tiempo

Parece que Dios hablaba bastante en serio cuando decía en el libro de Eclesiastés que hay un tiempo para todo lo que se quiera hacer mientras tengamos vida. Él intuía perfectamente, que solo nos gustarían los tiempos “buenos” y que ante la adversidad, querríamos esconder nuestra cabeza en la tierra como lo hacen los avestruces.
Como a Dios no se le escapa nada, aunque nosotros creamos que a veces pestañea y algo se le pasa, se preocupó de dejarnos por escrito la certeza de que nada de lo difícil que vivamos será eterno, pero que sin embargo, tenemos que vivirlo porque es parte de nuestro proceso de aprendizaje. De un aprendizaje personal, con una riqueza y valor únicos, porque nadie lo puede aprender por mí.
En el capítulo 3 de Eclesiastés se encuentran grandes verdades de procesos que vivimos espiritual y emocionalmente. Todos los cristianos en algún momento de la vida, experimentamos un nuevo nacimiento que fue el día en el que permitimos que Cristo viviera en nuestro corazón, pero al mismo tiempo, vivimos procesos en los que sueños que teníamos no se cumplieron, en los que planes y proyectos no se vieron, o en los que personas con las que contábamos ya no están más. Ha habido momentos en los que hemos entregado tiempo, afectos, recursos y ayuda, como también los hemos recibido de vuelta. Hubo momentos en los que fue necesario desarraigar cosas de nuestro carácter o de nuestra vida porque avanzábamos hacia otra etapa y debíamos ir más livianos y empezar desde cero; o bien, aquello que habíamos construido: amigos, familia, trabajo, profesión ya no son suficientes ni nos llenan el alma, y necesitamos centrarnos en lo que ahora es más relevante.
Así también, experimentamos momentos de mucho dolor, y momentos de extrema felicidad en los que sentimos que el corazón nos va a explotar de alegría, momentos que los celebramos y compartimos con el mundo entero, aunque otras veces decidamos guardarlos sólo para nosotros. Vivimos instantes en los que buscamos respuestas, y otros en los que queremos alcanzar logros académicos, profesionales, personales, espirituales, etc. Otros en los que solo el despertar con vida es suficiente…. En fin, así somos, vivimos y transitamos por muchos estados, y Dios lo sabía tan bien que se anticipó a nuestras crisis emocionales y escribió este capítulo para mostrarnos que todo es pasajero, que no debemos preocuparnos en exceso si las cosas no están bien, y que no debemos acomodarnos y “dejarnos llevar” cuando las cosas nos vayan muy bien.
Lo mejor de todo, es que este pasaje no solo nos habla de un tiempo, sino de una “temporada” en la que habrá un fruto que obtendremos. Es como cuando es temporada de frutas y verduras en verano, o cuando ciertas plantas florecen solo en épocas determinadas del año, que en todo momento hay un fruto, sea cual sea la temporada. Por ejemplo, si vamos al supermercado a la sección de frutas y verduras, siempre las hay, no importa si vamos en invierno o en verano que de la tierra siempre obtenemos frutos; y así como la tierra siempre da frutos, las distintas “temporadas” de nuestra vida también dejan un producto en nosotros. Este “fruto” puede llamarse humildad, misericordia, crecimiento, aprendizaje, sencillez, amor, aprender a pedir perdón y perdonar, paciencia, mansedumbre, mayor fe, tolerancia a la incertidumbre... 

No importa en qué temporada de tu vida estés que recibirás un fruto, tendrás un producto único entre tus manos, regado por el Espíritu Santo y abonado por Jesús ¡No hay por donde perder! TODO es ganancia, TODO es aprendizaje. 


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