Venimos a este mundo, y parece como si desde el primer día nos estuvieran preparando, por ejemplo, en la escuela
primaria nos enseñan el ciclo de la
vida. Experimentamos el hecho de que la mariposa que recogimos vuela
y sigue su camino. Vivimos el triste momento de perder a nuestro amado
perrito o a nuestra mascota preferida.
Nuestros amigos cambian, la gente nos traiciona y las lecciones
se aprenden. Aprendemos a pedir perdón, y aprendemos a disfrutar los
momentos que Dios nos regala. Intentamos aprender a vivir, y morimos intentando
encontrar la respuesta a esa pregunta, para luego darnos cuenta que no hay
ninguna. Que la vida la haces tú, y que cada día escribes una nueva
historia. Y en todo este aprendizaje, en todas las vueltas de la vida, las
idas y venidas, en las caídas y subidas, a muchos les da igual, aprenden a
simplemente,...a dejar pasar el tiempo.
Hoy me pregunto, ¿cuán privilegiada es la persona
que aprendió a dejar pasar el tiempo, que aprendió a olvidar,
que aprendió a seguir adelante, sin más?
Pero si olvido el amor que me dieron, las enseñanzas que me
dejaron, los llantos que me acompañaron, y las profundas tristezas que no deberían ser solo mías sino compartidas, entonces
estoy olvidándome de mí, estoy olvidando una parte de mi ser, ¡entonces no quiero olvidar!
Pero sí puedo dejar atrás los momentos en los que me
equivoqué, y puedo, con mi vista al cielo, tener una visión futura en la que te encuentres Tú. Puedo gozarme de alguna nueva enseñanza, del
Evangelio, de una nueva mirada que nace como aquella mariposa. Entonces, mi
despedida de este mundo sólo será para poder mirar para adelante, y darle la
oportunidad a Dios de que escriba nuevamente en esta hoja en blanco que se
encuentra en mi camino.
Solo entonces, obviaré cualquier situación,
cualquier momento, cualquier persona, cualquier dolor.
Y seguiré confiado en que Dios tiene en sus manos el mundo,
como también a mí.
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