Como hijos de Dios y coherederos con Cristo, tenemos una misión aquí en la tierra, y aunque sea algo muy difícil de hacer, debemos cumplirla. Consiste en amar y orar por nuestros semejantes, y esto también incluye a nuestras autoridades.
No somos de este mundo pero vivimos aquí, y aunque estamos de forma pasajera, debemos esforzarnos por ser esa luz que nos manda ser.
Dios es perfecto y no se equivoca; si puso a ciertas personas como líderes, gobernantes y autoridades, fue por alguna razón, no cuestionemos su voluntad. Estamos llamados a orar por ellos, a respetarlos y no a juzgarlos, pues de eso se encargará nuestro Señor. Nosotros debemos pedir para que reciban sabiduría de lo alto antes de actuar.
“Así que recomiendo, ante todo, que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos, especialmente por los gobernantes y por todas las autoridades, para que tengamos paz y tranquilidad, y llevemos una vida piadosa y digna. Esto es bueno y agradable a Dios nuestro Salvador” 1 Timoteo 2:1-3 (NVI)
La oración no es partidaria solo de algunos, pidamos por todos y cada uno de nuestros gobernantes, porque si la sociedad está bien, nosotros también podremos hacer el bien a nuestro prójimo. No dejemos de clamar por la salvación de todos los que nos rodean, incluso la de nuestras autoridades, pidamos que Dios cumpla su propósito en ellos y en nuestra nación.
Entregar a Dios nuestro futuro es entregar también nuestro país en sus manos.
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