Aprovechándose de la ceguera e ignorancia en que se le ha permitido envolver a este mundo, es el instigador de un inmenso sufrimiento. Ha cegado al hombre para que no entienda la razón de su propia existencia, y ha engañado a las personas para que crean que sus caminos, los caminos del egoísmo y del pecado, son mejores que la obediencia a los mandamientos de Dios. La humanidad se ha tragado las mentiras de Satanás sin darse cuenta de que el pecado siempre trae gran sufrimiento.
A lo largo de la historia, la influencia del diablo ha llevado al hombre a satisfacer sus apetitos físicos de una manera ilegal e inmoral. Utilizó sus artimañas con éxito en el huerto del Edén y desde entonces, su estrategia ha funcionado maravillosamente. Todos hemos sufrido como resultado de eso.
Jesús dijo que el diablo “ha sido homicida desde el principio” (Juan 8:44). Su propósito siempre ha sido hacernos la vida miserable y, finalmente, destruirnos. Es destructivo por naturaleza, y quienes cometen actos destructivos lo siguen sin saberlo. En Apocalipsis 9:11 se le llama el “ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón, y en griego, Apolión”. Estos nombres significan “destrucción” y “destructor” respectivamente. A diferencia de Dios, quien es el creador y dador de la vida, Satanás es por su propia naturaleza asesino y destructor.
Satanás es el instigador de las guerras y otros conflictos. En el Apocalipsis leemos que en los tiempos del fin “espíritus de demonios” harán “señales” e irán “a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso” (Apocalipsis 16:4). Satanás y sus demonios llevarán al mundo a un tiempo de angustia sin precedentes en la historia de la humanidad (Mateo 24:21-22).
¡Será un tiempo de sufrimiento inimaginable! Al leer estos pasajes podemos darnos cuenta de que Satanás ejerce un tremendo poder sobre la humanidad. Dios, sin embargo, establece límites al poder e influencia que el diablo puede ejercer entre los hombres (Job 1:12; 2:6). No permitirá que Satanás impida el cumplimiento de Su plan maestro de salvación para la humanidad.
Siendo nuestro Padre y “Señor del cielo y de la tierra” (Mateo 11:25), Dios nunca abdicará de su soberanía absoluta sobre el hombre y sobre toda su creación.
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