EL bambú japonés es precisamente, una planta no apta para impacientes, ya que una vez sembrada la semilla, abonada y regada debidamente, durante los primeros siete años, no pasa nada significativo con ella, hasta el punto que cualquiera podría creer que ha plantado semillas estériles. Sin embargo, al llegar al séptimo año, en un plazo de solo seis semanas, la planta de bambú empieza a crecer vertiginosamente, hasta alcanzar una altura aproximada de 30 metros.
¿Tardó el bambú solo seis semanas en crecer? Pues no; digamos que, más bien empleó siete años y seis semanas en desarrollarse. Lo que ocurre es que, durante esos primeros siete largos años de aparente inactividad, la planta estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que se iba a dar más adelante.
Así mismo suele ocurrir en nuestra vida cotidiana; muchas veces hemos tratado de encontrar soluciones rápidas, resultados instantáneos, como el café soluble, sin entender que el éxito es la consecuencia de un proceso de crecimiento interno, que obviamente, requiere tiempo.
Quizá por esa misma impaciencia, en algunas ocasiones en que aspiramos a obtener los favores de Dios y estos no se dan en el plazo requerido por nosotros, nos viene la desesperación y angustia, por no entender: 1º que el Señor obra en su propio tiempo y conforme a su Santa Voluntad; 2º que el pedir a Dios debe ir acompañado de la decisión de confiar ciegamente en ÉL; y, 3º que confiar significa saber esperar, lo cual no solo pule nuestro carácter, sino que fortalece nuestra fe.
“Ustedes necesitan perseverar
para que después de haber cumplido la voluntad de Dios,
reciban lo que Él ha prometido”.
(Hebreos 10:36)
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