Parece que hasta ese momento, nadie tenía intenciones de asumir que lo que había comenzado no era otra cosa que el principio del fin… Negar, desconocer deliberadamente una inexorable realidad.
En el mundo, desde que el hombre aprendió a andar sobre los mares, ha habido miles de naufragios. Muchos de ellos conocidos, y otros perdidos en el más absoluto anonimato. Pero ¿por qué el hundimiento del Titanic fue tan escandaloso? ¿Por qué, después de un siglo de esa terrible tragedia, todavía se sigue escribiendo y hablando sobre él?
Debe ser porque todos los seres humanos tenemos algo del “Titanic” incorporado a nuestro ser. Consciente o inconscientemente, no podemos por menos que sentirnos identificados con él. Por ello tiene tanta vigencia.
Los constructores de la embarcación de principios del siglo XX se vanagloriaban de su carácter“insumergible”. Como todos, o al menos la mayoría de los proyectos con que nos aventuramos en nuestras vidas, el fracaso o el naufragio no están previstos.
Pero cuando los errores de cálculo, las decisiones mal tomadas se hacen evidentes, es cuando un iceberg ya le abrió una brecha a nuestro proyecto y éste tiene sus horas, o sus días contados. Después todos sentimos tener “una orquesta” tocando a bordo que nos entretiene y no nos deja ver ni oír las advertencias de que algo no está saliendo bien.
Cuando por fin calló la orquesta, cundió el pánico y la desesperación. Fue la muestra más evidente, de que la suerte de su buque insignia ya estaba echada.
A veces, las voces de advertencia que recibimos de Nuestro Amado Dios, son mucho más sutiles y aún más desagradables que la placentera música de la banda de a bordo. Pero es preciso callarla para poder escuchar, ver, permanecer atentos a los avisos y estar conectados con la realidad.
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