sábado, 19 de julio de 2014

Oraciones elevadas, respuestas recibidas

“Aun cuando se lo piden, tampoco lo reciben porque lo piden con malas intenciones: desean solamente lo que les dará placer.” (Santiago 4:2,3)
Cuando oramos a Dios, la mayoría de las veces lo hacemos porque deseamos que algo ocurra. Esa motivación, que nace en lo íntimo de nuestro ser, es la única razón por la cual millares de hombres y mujeres se acercan al Señor. Quieren que se produzca físicamente un cambio; cambio que les puede llevar a la dimensión de lo posible, aquello que humanamente resulta imposible.
Ahora bien, ¿por qué hay algunas oraciones que no reciben respuesta? 
Para despejar esta interrogante es esencial tener en cuenta primero que, cuando oramos y obramos en fe, honramos a Dios. Si deseamos ver milagros, es necesario, más aún, imprescindible que haya fe en nuestro ser; creer, romper toda lógica humana, ver posible lo que el mundo considera imposible. De hecho, "sin fe es imposible agradar a Dios. Todo el que desee acercarse a Dios debe creer que él existe y que él recompensa a los que lo buscan con sinceridad.” (Hebreos 11:6)
Si procuramos, si queremos que algo ocurra, debemos estar afincados en la fe, en la convicción de que para nuestro amado Creador no hay límites.

No obstante, hay quienes todavía no tienen claro que la oración puede desencadenar cambios. Las personas no dedican mucho tiempo a la oración porque tienen una equivocada actitud en cuanto a ella. Algunos piensan que esta es algo que sólo hacen las abuelas, o piensan en las sencillas oraciones que decían en su infancia, tales como: "Dios es grande, Dios es bueno, demos gracias por nuestros alimentos. Amén", o "Ahora que me acuesto a dormir…" 

Por otra parte, a pesar de que ciertas personas tienen auténtico deseo de orar y han tratado de desarrollar una vida de oración, a veces tienen una idea errada en cuanto a ella. Piensan que para hacerlo tienen que aislarse por completo, arrodillarse, cerrar los ojos, juntar sus manos, etc. Toman consigo una lista de cosas por las cuales orar y la dictan metódicamente. Nada de esto es malo ni indebido, pero esta clase de oración mecánica puede llegar a ser muy tediosa, y a Dios tampoco le agrada así. Dios quiere la oración que sale del corazón.
Y para la gran mayoría de las personas, después de orar durante cinco minutos no tienen nada más que decir, se frustran y entonces se sienten culpables por no tener una mejor vida de oración. Por eso no es de extrañar que haya tantos cristianos remisos a orar. Convirtieron la oración en algo formal, inflexible y muerto, algo que nunca tuvo la intención de ser tal. Tengamos en cuenta que, "cada vez que el mecanismo de la oración se interpone en nuestro amor hacia Dios, es un impedimento y no una ayuda” 

Cuando oramos, ¿estamos convencidos de que Dios responderá? Si es así, ¿qué impide que los milagros ocurran y que lo imposible se haga posible? ¿Acaso aún no hemos aprendido a orar apropiadamente? Estos cuestionamientos son muy importantes, y a partir de un análisis honesto, nos arrojarán respuestas que nos permitirán aplicar correcciones a la apreciación que tenemos de la fe, o crecer en la certeza de que al orar, algo ocurrirá.
Es obvio que no siempre nuestras oraciones reciben respuesta, y este hecho tiene una clara explicación relacionada con la forma como pedimos. El apóstol Santiago explica que al orar al Señor “Aun cuando se lo piden, tampoco lo reciben porque lo piden con malas intenciones: desean solamente lo que les dará placer.” (Santiago 4:2,3)
Probablemente estamos pidiendo un coche último modelo, no porque lo necesitemos, sino porque deseamos lucirnos ante las amistades. No está mal pedir cosas mejores que las que tenemos a nuestro Padre celestial, lo que no está bien es que lo hagamos para satisfacer nuestro ego. Sobre esta base podemos concluir que, a veces Dios no responde a nuestras oraciones porque pedimos lo que no nos conviene.
Debemos mirar entonces, la oración, no como la varita mágica para que ocurra lo que deseamos, sino como un camino de acercamiento a Dios y, si en este proceso de ir a Su presencia pedimos algo, tener la certeza de que Él, según su voluntad, nos responderá con aquello que nos conviene.
Es esencial, entonces, redefinir el concepto de oración, pensar en ella como un proceso que edifica nuestras relaciones con Dios, y cultivar un período diario de oración; así podremos llegar a ser personas fuertes en ella. La vida de oración que desarrollemos tiene el potencial de transformar completamente nuestras vidas. 
El asunto no es buscar a Dios para exigirle, sino para pedirle y disponernos a recibir lo que Él, en su infinito amor y sabiduría, quiera darnos. No exigir, sino pedir. Reconocer que Él siempre sabrá cuándo darnos o no darnos lo que le pedimos. Recuérdelo siempre: algunas veces Dios no responde a nuestras oraciones porque desea darnos algo mejor.


 

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